NOAH THORNE
No me gustaba el área de obstetricia y maternidad. Si había dedicado mi profesión a neurología fue por mi padre, sin embargo, aquí estaba, con las manos dentro de las entrañas de esa mujer, la madre de Tanya, bien podía terminar de abrirla para descubrir que en su pecho solo tenía una piedra en vez de corazón.
Sacar al bebé no fue difícil. Como bien había dicho Tanya era una niña y estaba sana y regordeta. No me entretuve mucho con esa criatura entre mis manos y se la pasé a la enfermera que parecía emocionada por cargarla, mientras que mi cara de repulsión se escondía detrás de mi cubrebocas.
No me gustaban los bebés.
Por el aumento de presión arterial, no fue sorpresa que hubiera hemorragias internas que se convirtieron en un dolor de cabeza. Cuando por fin todo parecía en orden, terminé la cirugía y dejé que el interno suturara la piel.
Me arranqué los guantes y el gorro quirúrgico. Levanté la atención hacia el reloj, ya era de madrugada y me sentía apaleado.
Salí de