VIGGO THORNE
Cuando las delicadas manos de Tanya se acercaron a la botella aún apoyada en mi boca, mi cuerpo se tensó. Mi memoria múscular me decía que la apartara de manera brusca, como solía hacer cuando tenía esas crisis, pero me controlé. Dejé que me quitara la botella mientras me perdía en sus ojos verdes y sus labios carnosos y delineados. Tenía la cara de una muñeca de porcelana, con sus cabellos castaños que soltaban destellos rojizos cuando eran acariciados por el sol.
—No puedes tomar alcohol, si necesitas tomar medicamento para tus dolores esto puede ser peligroso —dijo con suavidad dejando la botella sobre la mesita de noche—. No… sé qué hacer para hacerte sentir mejor. No sé… como ayudarte, pero… puedo quedarme y acompañarte hasta que Noah llegue y te dé algo.
—Lo único que hará será sedarme… —dije con una sonrisa burlona antes de desviar la mirada—. Eso no me quita el dolor, pero por lo menos evita que siga quejándome.
—¿Qué es lo que te quita el dolor? —preguntó curio