DANISHKA.
El aire fresco de la tarde acariciaba mi rostro mientras caminaba apresuradamente por el sendero que llevaba al convento. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, lleno de ansiedad y preocupación por la Hermana Superiora, quien había desaparecido misteriosamente durante toda la mañana. Había buscado en cada rincón del lugar, preguntado a cada persona que se cruzaba en mi camino, incluso visitado hospitales cercanos en busca de alguna pista que pudiera llevarme hasta ella.Pero para mi sorpresa, cuando finalmente llegué al convento, la Hermana Superiora ya estaba allí, esperándome con una mirada entre sorprendida y molesta en su rostro. Mi corazón se hundió en mi pecho al darme cuenta de que mi búsqueda había sido en vano, y que ella había estado todo este tiempo justo bajo mi nariz.— Hermana, ¿estás bien? — pregunté con un tono preocupado, pero era tonto, ya que se encontraba vestida y en buen estado —. Te he buscado por la ciudad. ¿Por qué no atendieron mis llamadas?— No ha entrado ni una llamada — respondió ella —. Pensé que estabas muerta. Desapareciste en medio del tumulto.— ¡Me soltaste! — exclamé —. Sé que no es tu culpa, pero…, nada. Me alegro que estés bien, Hermana. ¿Cómo llegaste?Su rostro se volvió sombrío o solo me pareció a mí.Ella me miró con una mezcla de incomodidad y desaprobación, pero rápidamente compuso su expresión en una máscara de serenidad.— Fui traída de vuelta por algunas de nuestras hermanas — respondió con voz tranquila, pero su tono era cortante, como si estuviera ocultando algo. Miré a mis compañeras que no decían nada, y tenían la cabeza agachada —. Pero eso no importa ahora. Debes ir a cambiarte, no es apropiado que te vean así.Mis mejillas se encendieron de vergüenza al darme cuenta de que aún llevaba el cabello suelto, sin el velo que solía cubrirlo. Me sentí expuesta, vulnerable, como si hubiera perdido parte de mi identidad en el caos de la cárcel. Sin decir una palabra más, me apresuré a ingresar al convento, deseando desaparecer de la vista de todos.Cuando estaba por ingresar a mi habitación, una voz conocida me detuvo en seco.— ¡Es una insensible! — exclamó mi mejor amiga, Marta, acercándose a mí con una expresión de indignación en su rostro —. ¿Cómo pudo abandonarte así, en tu momento de necesidad? Porque no me creo nada de su falsa historia.Me encontré envuelta en sus brazos, su abrazo cálido y reconfortante disipando parte del tormento que me había consumido durante toda la mañana.— Oh, Marta — murmuré, sintiendo las lágrimas amenazar con desbordarse —. No importa ahora. Lo importante es que estoy de regreso, a salvo y sana.— Sí, pero estás herida. Mira tus manos, amiga — dijo, tomándolas con cuidado.La verdad, no me había dado cuenta hasta ese momento.— No me había dado cuenta. Quizás por la adrenalina — susurré.Ella me sostuvo con fuerza, como si nunca quisiera soltarme.— Voy a cuidar de ti, Dani — prometió con determinación —. Voy a curar tus heridas, físicas y emocionales. Nadie te volverá a hacer daño mientras yo esté aquí. Promesa de hermanas.Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma herida, un recordatorio de que no estaba sola en este mundo implacable. Me aferré a ella con gratitud, dejando que su amor y su amistad me envolvieran como un escudo contra las adversidades que seguramente vendrían.— Eres la mejor.— ¿Cómo lograste salir? La Hermana superiora dijo que todo era un caos, pero parecía muy tranquila mientras lo contaba — fruncí el ceño, recordando.— Alguien me ayudó. — Marta me observó seriamente —. No me mires así, porque no tengo idea de quién es. No pregunté su nombre. Estaba demasiado nerviosa.— ¿Nerviosa?— Es raro de explicar. Parecía que lo conocía de antes, pero, sobre todo, era intimidante.— ¿Un recluso?— Estaba demasiado bien vestido para ser uno de los reclusos — Cerré la boca —. Estoy juzgando y Dios me va a castigar.Marta pone los ojos en blanco.— Ve a ducharte, y yo prepararé tu hábito mientras lo haces — asentí agradecida.El calor del agua envolvía mi cuerpo, su suave cascada cayendo sobre mi piel cansada. Cerré los ojos y dejé que el sonido reconfortante del agua llenara mi mente, ahogando temporalmente las preocupaciones y los dilemas que me acechaban. Era un momento de paz en medio del caos que había consumido mi día, un momento para recargar energías y encontrar un respiro en la vorágine de mi vida como monja.Pero en medio de la tranquilidad del baño, un recuerdo se abrió paso en mi mente, como un destello fugaz en la oscuridad. Fue su rostro, el del hombre misterioso que me había tendido la mano en mi momento de mayor necesidad. Sus ojos grises como el acero, su cabello oscuro y bien cuidado que caía en suaves mechones alrededor de su rostro, y su cuerpo musculoso que irradiaba una fuerza y una determinación que me había dejado sin aliento.Recordé el roce de su piel contra la mía, la calidez de su tacto que había dejado una huella indeleble en mi memoria. Cerré los ojos con fuerza, tratando de deshacerme de esos pensamientos pecaminosos que se filtraban en mi mente, pero era como tratar de contener el agua con las manos.De repente, me di cuenta de que mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mis mejillas ardiendo con un rubor que no podía controlar. Una sensación de calor se apoderó de mi cuerpo, una excitación que me tomó por sorpresa y me dejó sin aliento. Maldije en voz baja por mis pensamientos impuros, por permitir que mi mente divagara por caminos prohibidos y peligrosos.Era una monja, una mujer consagrada al servicio de Dios y a la vida religiosa. No tenía lugar para los deseos terrenales, para las pasiones que latían en lo más profundo de mi ser. Pero en ese momento, en la intimidad del baño, me sentí vulnerable y humana, incapaz de resistir la tentación que me acechaba desde las sombras de mi mente.— Esto está mal — susurré.— ¿Qué está mal, Dani? — gritó mi amiga al otro lado, y me di cuenta que lo hice en voz alta —. ¿Está todo bien? ¿Te arden los raspones?— Sí…, sí, arden mucho — respondí, mirándome en el espejo y avergonzándome de mi misma, y susurré a mi reflejo: — Quema. Esto quema.DANISHKA.El sol apenas asomaba por el horizonte cuando abrí los ojos, despertada por el susurro suave de la mañana. Me estiré con pereza, dejando que el calor de las sábanas me envolviera por unos segundos más antes de levantarme de la cama. Era temprano, pero el deber llamaba, y no podía permitirme quedarme acostada mientras el mundo despertaba a mi alrededor. Me preparé con diligencia, vistiéndome con el hábito de monja que había sido mi atuendo durante años. Cepillé mi cabello para después cubrirlo, sin dejar que ningún mechón esté fuera de lugar. La disciplina y la rutina eran mis compañeras constantes en este mundo de fe y devoción, y me aferraba a ellas con fuerza en cada paso del camino. Descendí las escaleras con paso firme, encontrando a la Hermana Superiora esperándome en el vestíbulo con una expresión seria en su rostro apacible. Una sensación de aprensión se apoderó de mí al verla allí, preguntándome qué nuevo desafío me aguardaba en este día que apenas comenzaba. — Da
DANISHKA.El mundo se volvió borroso a mi alrededor cuando vi al hombre caer al suelo, su cuerpo inerte yace sobre el suelo polvoriento. Un grito escapó de mis labios, un sonido gutural lleno de terror y desesperación que rompió el silencio ominoso que había descendido sobre nosotros. Me arrastré hacia Marta, mi amiga, mi única compañía en medio de esta pesadilla que se había convertido en nuestra realidad.Mis manos temblaban mientras me agachaba junto a ella, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras sentía las lágrimas correr por mis mejillas. Nos abrazamos con fuerza, como si nuestro contacto pudiera protegernos del peligro que nos rodeaba. El miedo se apoderaba de nosotras, envolviéndonos en una nube oscura de angustia y desesperación.— Lo siento — sollocé, mis palabras ahogadas por el peso del remordimiento y la culpa que pesaban sobre mis hombros —. Lo siento tanto, Marta. No deberías estar aquí, no deberías estar involucrada en todo esto. No debí permitir que vinier
DANISHKA.Me quedé mirándolo a través del retrovisor, perdida en mis pensamientos, hasta que la voz de Marta me sacó de mi trance. — ¿Estás bien, Dani? — preguntó ella, su tono lleno de preocupación. Asentí con un suspiro, agradecida por su intervención. — Sí, estoy bien. Solo... pensando. Marta me dio una sonrisa comprensiva antes de abrir la puerta del auto y bajar del vehículo. Le agradecí al hombre por el viaje con un gesto de la mano, sintiendo el rubor subir a mis mejillas cuando él me guiñó un ojo y me lanzó un beso. Me bajé del auto apresuradamente, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza en el pecho mientras me alejaba de allí. Es un completo descarado. Un descarado muy apuesto. El convento se alzaba imponente ante nosotras, sus paredes de piedra resguardando los secretos y las historias de las hermanas que lo habitaban. Pero al entrar, nos dimos cuenta de que algo estaba mal. Todas las hermanas estaban reunidas en el patio, riendo y divirtiéndose, sin nosotras.
ROMAN.Regresar al lugar del atentado no fue fácil. Los recuerdos de ese suceso a aún estaban frescos en mi mente, cada detalle grabado en mi memoria como si fuera la peor aberración. Pero sabía que tenía que enfrentar mis demonios si quería cumplir con mi deber hacia Danishka, la hermana que había sido arrastrada a esta situación por mi culpa.Era culpa mía.Estaba seguro de ello.Porque no encontraba otra explicación para que la ataquen.— Señor, no hay respuestas — dice mi mano derecha —. Ninguno ha respondido nada.— No tiene sentido que la ataquen. Ni siquiera me he mostrado con ella, para que crean que me importa — Saúl asiente pensativo.— Quisiera darte una respuesta, jefe, pero la verdad, esta vez no tengo nada para ti.— Pues, invéntatelo. Es importante tener algo. — Saúl solo asiente y se aleja de mí.Conduje hasta la granja donde supuestamente se encontraban los insumos que Danishka necesitaba, la extensa lista en mi mano como una guía en medio de la vasta extensión de tie
DANISHKA.Mis pasos se detuvieron en seco al salir de la habitación y encontrarme cara a cara con Roman, su mirada tensa clavada en mí. Me pregunté qué hacía él allí, en el corazón mismo del convento, y por qué su presencia me llenaba de una sensación de inquietud.Antes de que pudiera abrir la boca para hablar, mi amiga Marta se interpuso entre nosotros, su expresión llena de desafío mientras me empujaba hacia la puerta.— Vamos, Dani — murmuró ella, su voz llena de irritación y preocupación —. No tienes nada que hacer aquí. Date un baño.Sentí la frustración burbujeando en mi interior, deseando poder hablar con Roman y entender qué estaba sucediendo. Pero antes de que pudiera decir una palabra, Marta me arrastró fuera de la habitación y cerró la puerta de golpe detrás de nosotros, pero lo peor fue cuando Roman me levantó en brazos. Objeté, claro que lo hice, pero nada de lo que decía lo convencía de que podía caminar.— ¿Qué estás haciendo aquí? — pregunté en voz baja, mi mente llen
DANISHKALas cosas no estaban en perfectas condiciones. Tanto la Madre Superiora como mis hermanas me hacían la vida imposible. También he notado, que me vigilan más, como si yo tuviera alguna información importante ocultando.De alguna manera, la Superiora se encargó de alejarme de mi mejor amiga, y ahora paso la mayor parte del tiempo sola.¿Roman?No sé qué pasó con él, pero no lo he vuelto a ver, y quizás esté bien eso, pero no me sienta bien no verlo. No lo he podido sacar de mi cabeza ni un segundo y eso me desespera.Estoy preparando el coro con los niños, cuando escucho cierto tumulto afuera de la capilla, y decido salir a verificar que es lo que sucede. Cuando pongo un pie fuera, me doy cuenta de que fue un error, especialmente cuando un arma está apuntándome en la frente.Otra vez.— Vayan adentro, niños. Todo está bien aquí — susurré, mientras levantaba la mano, en señal de estar rendida —. Vayan adentro.Los niños desaparecen y yo cierro la puerta detrás de mí. De fondo, v
DANISHKA.Esas palabras me traían recuerdos, pero o lograba poder vislumbrar en mi mente de que recuerdo se trataba.— ¿Qué hago aquí? — pregunté, mirándolos a ambos.Mi mejor amiga se acercó rápidamente, y me sonrió con ternura.— Intentaron matarte. ¿No lo recuerdas? — respondió. Entonces en mi mente se dibujaron escenas muy fuertes hasta que caí inconsciente.— Tú…— Sí, te salvé — respondió Roman.— No…, tú mataste a alguien. Lo asesinaste — gemí, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.Su mirada era un cuento de terror para contar. Estaba consternado, pero eso realmente a mí no me importaba. El hombre había asesinado en mi cara sin titubear.— Te salvé la vida.— Pudiste golpearlo.— Lo maté, porque era la única solución — respondió, y salió afuera de la habitación.Miré a Marta con los ojos enrojecidos, y le pedí su consuelo, pero ella no hizo nada. Solo negó.— Te salvó. Yo vi como ese hombre estaba dispuesto a matarte, y si no fuera porque tuvo que disparar, no le daría el
DANISHKA. Cada una de las palabras de Marta, hacía que mi mente diera vueltas y vueltas. Es que no quería creer que fuese real. Necesitaba pensar, salir a caminar, volver al único hogar que conocía. No podía ser que mi vida cambiara tan drásticamente de la noche a la mañana. Llevaba una vida tranquila. Una vida… aburrida y sin emociones. Era una monja consagrada a mi Dios, y ahora, en menos de una semana todo había cambiado a mí alrededor. La situación había cambiado entre nosotros, y no podía permitirlo. Las cosas como son… éste hábito me daba calor, y, aunque es un pecado desear quitármelo, era imposible mantenerlo en mi cuerpo. Lo arrojé en la cama y lo miré, y luego comencé a negar repetidas veces. — ¿Qué estoy pensando? — pregunté en voz alta, mientras lo volvía a tomar con las manos, para cubrir mi cuerpo con ella —. Esto está mal. Está muy mal, Dani. Me acerqué al espejo, y me miré a los ojos, mientras cubría todo mi cabello debajo del velo. Miré el pequeño prendedor y so