Una Monja para el Mafioso
Una Monja para el Mafioso
Por: Lgamarra
01 - Volveré por ti.

DANISHKA

"Volveré por ti."

Esa era la frase que, año tras año se repetía en mi cabeza, como un disco rayado de una canción que no conocía.

Había un pasado, un pasado que decidí dejarlo allí, al no obtener una respuesta.

El sol ardía en el cielo, pero dentro de mí, un frío intenso me recorría las entrañas. Hoy, al despertar, sentí un peso extra en mi pecho, como si una sombra se hubiera posado sobre mí, augurando desgracias. Mis manos temblaban mientras me preparaba para mi día habitual en la prisión. Como monja, mi deber era visitar estos lugares, para llevar consuelo y esperanza a aquellos que parecían haber perdido todo. Sin embargo, en esta ocasión, mi corazón estaba lleno de un presentimiento oscuro.

La Hermana Superiora, siempre atenta a las necesidades de las hermanas bajo su cuidado, notó mi inquietud. Me detuvo en el pasillo con una mirada de preocupación en sus ojos bondadosos.

— ¿Qué sucede, Danishka? — preguntó con voz suave, pero firme —. Pareces perturbada esta mañana.

Traté de controlar mi respiración agitada antes de responder.

— Sólo me siento un poco nerviosa. No sé por qué.

Ella me observó por un momento más, como si intentara leer mi alma. Luego, con un suspiro compasivo, asintió.

— Entiendo. A veces, la ansiedad puede ser inexplicable. Pero confía en que Dios está contigo, incluso en los momentos de mayor temor.

Asentí, agradecida por sus palabras reconfortantes, aunque no lograron calmar el torbellino de emociones dentro de mí. Sabía que algo estaba mal, pero no podía ponerle nombre. Con una plegaria silenciosa en mi corazón, me dirigí hacia la entrada de la prisión.

Al cruzar el umbral, el aire pesado y viciado me golpeó como un puñetazo en el estómago. Las voces de los reclusos resonaban en los pasillos, llenos de dolor, arrepentimiento y rabia. Mi misión era simple en teoría: ofrecerles consuelo, esperanza y, sobre todo, la palabra de Dios. Pero en la práctica, era una tarea monumental, enfrentándome a las sombras más oscuras del alma humana.

Recorrí los pasillos con paso firme pero vacilante, sintiendo la mirada penetrante de los prisioneros posarse sobre mí. Algunos me miraban con desconfianza, otros con curiosidad o indiferencia. Pero todos llevaban consigo el peso de sus errores pasados, tallados en sus rostros marcados por el tiempo y la adversidad. A otros simplemente les daba igual sus pecados.

Me detuve frente a una celda, donde un hombre de semblante sombrío me observaba con ojos cansados pero desafiantes. A través de los barrotes oxidados, intercambiamos miradas por un instante, como dos almas perdidas en la vastedad del universo.

Era sorprendente, pero me sentía perdida como este hombre, pero en diferentes términos y condiciones.

— ¿Qué quieres, monjita? — gruñó él, rompiendo el silencio incómodo.

— Vengo a ofrecerte la palabra de Dios — respondí con voz suave pero firme —. El perdón y la redención están al alcance de todos, incluso en los momentos más oscuros.

El hombre soltó una carcajada amarga, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Bien, había iniciado mal la conversación. No debí decir directamente eso.

— Dios se olvidó de mí hace mucho tiempo, hermana. Ya es demasiado tarde para redimirme.

— No es nunca demasiado tarde — insistí al oír aquellas palabras, con la fe inquebrantable que había guiado mi vida —. El amor y la misericordia de Dios son infinitos, incluso para aquellos que han perdido toda esperanza.

— Dios, Dios, Dios… Eres pésima en tu trabajo.

Nuestras palabras fueron interrumpidas por un estruendo repentino, seguido de gritos y sirenas que resonaban por todo el recinto. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, presintiendo que algo terrible estaba a punto de suceder. La Hermana Superiora apareció a mi lado, con una expresión de alarma en su rostro apacible.

— ¡Tenemos que salir de aquí, ahora mismo! — exclamó, agarrándome del brazo con urgencia.

Sin comprender completamente lo que estaba pasando, miré al hombre tras las rejas, al igual que yo, alarmado.

— No podemos dejarlo.

— Ya vienen los guardias a liberarlo. Debemos irnos.

La seguí obedientemente mientras nos apresurábamos hacia la salida. Pero no pude continuar, solté su mano y volví hasta esa celda, saqué la pequeña hebilla de mi cabello y saqué el seguro para liberar al hombre, quien me miró entre sorprendido y agradecido. Iba a hacer lo mismo con los otros, pero la Hermana superiora me jaló de las manos, haciendo que la hebilla caiga y se pierda.

Los reclusos se agitaban en sus celdas, gritando y golpeando las rejas con desesperación. El caos reinaba en la prisión, y el miedo se apoderaba de cada rincón.

Fuera, nos encontramos con una escena de caos y confusión. Policías corrían de un lado a otro, tratando de contener una revuelta que amenazaba con salirse de control. El sonido de disparos resonaba en el aire, mezclado con los gritos de los prisioneros y el clamor de las sirenas.

— ¿Qué está pasando? — pregunté, sintiendo el pánico comenzar a apoderarse de mí.

Ella me miró con gravedad, sus ojos reflejando el miedo que también sentía.

— No lo sé, Danishka. Pero parece que estamos en medio de algo muy peligroso.

Una sensación de impotencia y desesperación se apoderó de mí mientras observaba el caos que se desarrollaba a mi alrededor. En ese momento, supe que el presentimiento oscuro que había sentido desde la mañana había sido una advertencia, un presagio de la tragedia que estaba a punto de desatarse.

El caos reinaba en la prisión mientras la Hermana Superiora y yo nos aferrábamos mutuamente, tratando desesperadamente de abrirnos paso entre la multitud enloquecida. El sonido de los disparos y los gritos se entrelazaba en el aire espeso, mientras los reclusos aprovechaban el tumulto para rebelarse contra sus captores. La confusión era total, y el miedo se aferraba a mi pecho con garras de acero.

— ¡Sigue mi paso, Dani! — gritó la Superiora sobre el estruendo, su voz apenas audible entre el clamor —. ¡No te sueltes de mí!

Agarré con fuerza su mano, aferrándome a ella como si fuera mi única tabla de salvación en medio del mar embravecido. Juntas, nos abrimos paso entre la multitud frenética, esquivando cuerpos y evitando a toda costa caer bajo las miradas hostiles de los reclusos desesperados.

Pero entonces, en medio del tumulto, la mano de la Hermana se soltó de la mía como si fuera impulsada por una fuerza invisible. Giré instintivamente en su dirección, buscando desesperadamente su rostro entre la multitud agitada, pero era como buscar una aguja en un pajar en llamas. La perdí de vista en cuestión de segundos, y un frío gélido se apoderó de mi corazón.

— ¡Hermana Superiora! — grité, mi voz ahogada por el estruendo que me rodeaba. Pero mis palabras se perdieron en el caos, y no había rastro de ella a la vista.

La sensación de desamparo me abrumó, dejándome paralizada por un instante en medio del caos que se desataba a mi alrededor. Pero entonces, el instinto de supervivencia se apoderó de mí, y me lancé hacia adelante, corriendo tan rápido como mis piernas podían llevarme.

Tropecé varias veces, mi respiración entrecortada por el esfuerzo y el miedo que me consumía desde adentro. Pero cada vez que caía, me levantaba con renovada determinación, consciente de que la única opción era seguir adelante, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino.

Fue entonces, en medio de la confusión y el caos, que una mano se extendió hacia mí desde la oscuridad, ofreciéndome un rayo de esperanza en medio de la desesperación. Levanté la mirada, encontrando los ojos de un extraño que me observaban fijamente. Era siniestra y seductora. Peligrosa y atrayente.

— ¡Agarra mi mano! — me instó, su voz firme pero llena de bondad —. Conozco una salida. Te encontrarás con tu amiga.

Sus palabras eran firmes, y solo lo decidí, cuando alguien estiró de mi velo tan fuerte, haciéndome gritar del susto.

Sin dudarlo un segundo más, alcancé su mano con la mía, dejando que me ayudara a ponerme de pie una vez más. Juntos, nos abrimos paso a través del laberinto de pasillos y cuerpos entrelazados, cada paso acercándonos un poco más a la libertad que parecía tan lejana y esquiva.

El fuego rugía a nuestro alrededor, devorando todo a su paso con voracidad implacable. Pero en medio de las llamas y el humo, encontré un destello de esperanza en los ojos del extraño que me había tendido la mano en mi momento de mayor necesidad; sin negar, la electricidad que me carcomía con su toque masculino.

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