No puedo describir lo que siento cada vez que Nikolaus está cerca de mí. Es extraño, casi desconcertante. Tal vez se deba a que, en toda mi vida, nadie —ni siquiera mi hermano, mi propia sangre— me ha defendido con la firmeza y la lealtad con que él lo hace.
Por suerte, tengo a Marie, a Scott… y ahora también a Nikolaus.
—Sin ánimo de entrometerme demasiado, Eva, creo que sabes perfectamente qué hacer con tu vida —dice él, mirándome fijamente. Su voz grave resuena, y su acento extranjero le da un peso distinto a cada palabra.
—¿Qué dices? —pregunto, desconcertada.
—Lo he notado desde que llegué aquí. En el fondo sabes cómo debes actuar. Más aún ahora que sabes que serás madre. —Su mirada penetra la mía con tanta certeza que me deja sin aire.
Y lo sé.
En lo más profundo de mi ser, sé que tiene razón. Amo a este hijo que crece en mi vientre y, si quiero mantenerlo a salvo, debo alejarlo de Adán.
—El divorcio no será un problema. Él también lo quiere. —Las palabras salen de mis labios com