Mundo ficciónIniciar sesiónAún sujeto la mano del abuelo cuando él, con la poca fuerza que le queda, alza la otra para llamar a Nikolaus. El alemán se acerca sin dudarlo, sus pasos son firmes, pero su mirada… su mirada carga con una tristeza que no disimula.
—Nik —dice el abuelo con un hilo de voz—, mi niña necesitará de alguien que la proteja cuando ya no esté aquí. Confío en que la cuidarás por mí, ¿verdad?
Nikolaus asiente, y sus ojos brillan, como si estuviera conteniendo las lágrimas. Me pregunto si de verdad le duele tanto como a mí o si solo estoy imaginándolo, aferrándome a cualquier destello de empatía en medio de esta agonía.
Marie y Scott entran en la habitación, también Héctor. Es como si todos supieran que el final está cerca.
—Claro que sí, Opa —responde Nikolaus con suavidad—. No tienes que preocuparte, dejas a Eva en buenas manos.
El abuelo sonríe levemente, cierra los ojos, sin soltar nuestras manos. Su respiración se hace cada vez más pausada… más débil… hasta que finalmente cede.
Y el silencio que le sigue me rompe por dentro.
No sé cuánto tiempo paso allí, arrodillada junto a su cama, con su mano todavía entrelazada en la mía. Me niego a soltarla, como si aferrarme a ella pudiese devolverle la vida. Esperando un milagro. Esperando que, en cualquier momento, abra los ojos y suelte esa risa traviesa con la que me gastaba bromas de niña. Pero no lo hace.
El dolor atraviesa mi pecho, quemándome desde adentro. Sin embargo, incluso en medio de la pérdida, una promesa comienza a tomar forma en mi mente: haré exactamente lo que él me pidió.
Ethan Davies fue más que un abuelo. Fue mi padre, mi mentor, el guardián de todo lo que soy.—Honraré tu memoria, abuelo —susurro con la voz quebrada—. Te lo prometo. Volveré a brillar, como tú querías.
Le pido a Marie que se encargue de la casa y de quienes vienen a despedirse. No quiero dejarlo solo todavía. Necesito quedarme aquí, junto a él, aunque sea solo con su cuerpo.
Unos golpes suaves resuenan en la puerta. Es Nikolaus.
—Traje algo de comer. —su voz, grave y con ese acento alemán tan marcado, se siente extrañamente tranquilizadora—. Estás muy pálida y llevas toda la noche aquí, de rodillas.
—Gracias, señor Hoffman. —respondo automáticamente.
Él sonríe con una mezcla de paciencia y amabilidad.
—Tutéame, Eva. Solo te llevo cuatro años. —dice con naturalidad, aunque noto cierta tensión en su voz. Luego parece darse cuenta de cómo sonó—. Quiero decir, llámame por mi nombre. Solo eso.
Apenas logro esbozar una sonrisa cansada.
—Está bien… Nikolaus. Gracias por estar aquí. Por él… y por mí.
Mis lágrimas vuelven a escapar, y por alguna razón, no me importa que me vea así. Frente a él, siento que puedo derrumbarme.
—Tranquila. —sus dedos acarician mi cabello con un gesto inesperadamente dulce—. Todo mejorará con el tiempo. Opa te adoraba, Eva.
Sus palabras me calman un poco. Me ayuda a levantarme, pero al dar el primer paso, el mundo entero gira y casi caigo hacia atrás. Nikolaus me sostiene de inmediato, su brazo firme rodeándome para evitar mi caída.
—No te muevas. —su voz es tajante, protectora—. Llamaré a Héctor.
Cuando el doctor entra, sigo sentada, con una punzada aguda en el abdomen y las manos sudorosas. Nikolaus no se aparta ni un segundo. Héctor me examina con profesionalidad, mide mi presión, hace preguntas que respondo con dificultad.
Y entonces lo dice.
—Falta confirmarlo con una prueba de sangre, pero es muy probable que estés embarazada, Eva.
El mundo se detiene. Nikolaus exhala como si se aliviara de algo. Yo, en cambio, siento que me hundo.
¿Embarazada?
No.
No puede ser.
Recuerdo las palabras de Adán, frías, cortantes: "Haré cualquier cosa para deshacerme de ese niño."
—Nadie puede saberlo, Héctor. —digo de pronto, mi voz es firme y certera.
Posiblemente en otro momento estaría feliz sabiendo que tendré un hijo del hombre que más he amado en mi vida, pero ahora, cuando mis sentimientos se contradicen, no sé qué pensar, ni qué decisión tomar.
El doctor me mira, incrédulo.
—¿Qué dices?
—Nadie debe enterarse. Ni mis padres, ni mi hermano… ni Adán.
—Eva… él es el padre. Tendrá que saberlo.
Mi cuerpo entero se tensa con solo imaginarlo. Antes de que pueda responder, Nikolaus da un paso adelante, su sombra imponiéndose.
—Eva ha sido clara. Nadie sabrá nada. Usted conocía bien a Ethan, doctor. No lo decepcione ahora.
Su tono no deja lugar a réplica. Héctor asiente, resignado. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, siento que alguien me defiende.
Esa misma tarde, Héctor toma la muestra de sangre y promete discreción.
La misa por el abuelo es breve y solemne. Espero en la funeraria hasta que entregan sus cenizas y vuelvo a casa con el pequeño cofre entre mis brazos. Me dejo caer en el sofá que él tanto amaba, abrazándolo fuerte, como si así pudiera sentirlo cerca.
—¿Qué hago ahora…? —murmuro, las palabras son apenas un hilo de voz—. Estoy embarazada…
Nikolaus se sienta a mi lado en silencio. Su mano, cálida y firme, cubre la mía. No dice nada. Y, por alguna razón, ese silencio me consuela más que cualquier palabra.







