Adán García
Verla nuevamente me deja sin aliento.
Jamás imaginé que el reencuentro sucedería aquí, en una oficina bañada por la elegancia y el poder que jamás asocié a ella. Al principio, lo confieso, pensé que trabajaba como secretaria, quizás organizando agendas o contestando teléfonos. Pero no… no era así.
Eva no es la sombra discreta que recordaba; está de pie en lo alto, como la ejecutiva principal y dueña de la empresa. La certeza me golpea con fuerza y me roba la voz. El asombro que me atraviesa supera cualquier cosa que haya sentido antes, y, aunque me cueste admitirlo, en lo profundo de mi ser se abre un espacio de orgullo por ella. Orgullo y dolor, porque me doy cuenta de lo que yo mismo destruí.
¿Cómo lo hizo?
No lo sé.
No sé cómo aquella mujer, a la que apagué día tras día con mis palabras y mis desprecios, pudo levantarse, estudiar, crecer y llegar tan alto. Una parte de mí se engaña pensando que quizás ese hombre, su novio, tuvo algo que ver. Pero ese pensamiento me cor