Mundo ficciónIniciar sesiónUn nuevo día llega, y con él, nuevas historias. Marie habla a solas con el abuelo y, al observarlos, comprendo algo que siempre estuvo frente a mis ojos: ella lo amó en silencio toda su vida. Un amor sereno, imposible de olvidar, incluso sabiendo que jamás sería correspondido.
El abuelo le toma las manos con delicadeza y le pide perdón por nunca haberle dado lo que merecía. Marie niega suavemente, sus ojos humedecidos brillan con afecto.
—No tienes nada que pedirme, Ethan. —su voz tiembla—. Siempre te amé por la fidelidad que le guardaste a Selena, incluso después de todos estos años.
Él sonríe con ternura, esa sonrisa que parece contener una vida entera.
—Estoy seguro de que, si alguna vez hubiese querido rehacer mi vida, habría sido contigo, Marie. —sus palabras la quiebran, las lágrimas ruedan por sus mejillas—. Prométeme algo… No te quedes sola con mi muerte. Renuncia a esa vieja casa, busca tu felicidad… quizás está más cerca de lo que imaginas.
Marie aprieta sus manos.
—¿Y Eva? —pregunta entre sollozos—. ¿Quién cuidará de mi niña? No puedo dejarla sola.
Cuando sale de la habitación, me envuelve en sus brazos. Su abrazo cálido atraviesa mis defensas, y lloro, más que en toda la noche. Lloro porque comprendo, con un peso insoportable, que el abuelo se va, que nada podrá retenerlo conmigo.
Me siento a su lado, tomando su mano temblorosa.
—No me dejes, abuelo… —susurro, como aquella niña que alguna vez lloró al quedarse en su casa por primera vez.
Él sonríe, apretando suavemente mi mano.
—Jamás te dejaré sola, Eva. Lo prometí ayer, y hoy lo repito.
Las horas transcurren y el dolor lo consume más. Intenta ocultarlo, pero sus gestos lo delatan. Los analgésicos de Héctor ya no surten efecto. Entonces, de pronto, lo escucho reír bajo. Me inclino sobre él, temiendo que tenga fiebre.
—Selena… cariño. —susurra, y mi corazón se encoge—. Te he extrañado tanto.
Mis ojos se llenan de lágrimas. Me confunde con la abuela. Aun así, aprieto su mano.
—Estoy aquí… —le digo en voz baja, como si temiera romper el hechizo.
Su mirada se ilumina, como si viera algo sagrado.
—No llores, amor… He añorado este momento tanto tiempo que se siente irreal. Te he amado toda mi vida, Selena. Desde el primer día. Y ahora… mírate. Sigues tan hermosa como siempre.
Su voz se quiebra y siento un nudo en la garganta.
—Eva es tan hermosa como tú —continúa—. Solo deseo que encuentre un amor igual de puro y leal… que deje de castigarse con un matrimonio sin amor. Sí, cometió un error… pero el precio que ha pagado es demasiado alto.
Las lágrimas se acumulan en sus ojos y yo no soporto ver su sufrimiento.
—Fallé en protegerla, Selena. Nuestra alegría, nuestra pequeña niña… está sufriendo. —el abuelo llora—. Fallé tanto como lo hice con nuestro hijo, Jonas.
Quiero evitar su dolor y hablo, tratando de traerlo de vuelta a mí.
—No lo hago, abuelo. No sufro. —repito, apretando más su mano, llorando con él.
Entonces su mirada recupera la lucidez y vuelve a mí. Su sonrisa cálida me envuelve como si se tratase de un refugio.
—Eva… —dice con voz grave—. Los abogados vendrán y te harán firmar documentos que te protegerán. ¿Comprendes?
Asiento, confundida, y escucho con atención mientras su plan se despliega: las acciones de la empresa, la casa, el dinero… incluso lo que alguna vez perteneció a Jonas pasará a ser mío.
Y es cuando me levanto.
—Abuelo, no es necesario…
—Es mi manera de hacerlos pagar por todo el daño que te han causado. Tú guiarás mi legado, Eva. Nadie más lo merece.
El nudo en mi garganta me asfixia.
—¿Y si mis padres me odian aún más? —pregunto, temblorosa.
—Lo harán. —admite, pero sonríe—. Y será la prueba de que todo funciona según lo planeado.
—Abuelo, esto puede no funcionar…
—He pensado en todo cariño. No se les revelará tu identidad hasta que estés lista, hasta que termines tus estudios y recuperes la confianza y fiereza que te caracteriza.
—Adán se valdrá del regreso de Victoria para pedirme el divorcio, abuelo. —digo recordando mis sentimientos hacia mi esposo.
—Y ahora será mucho más fácil aceptar ese divorcio, cariño. Ya deja ir a ese mal amor. —sonríe con ternura—. Algo mucho mejor te espera, sé qué es así.
Mis manos sudan de lo nerviosa que estoy y veo esa pizca de travesura en los ojos del abuelo.
—¿Qué has hecho? —pregunto.
—¿Recuerdas al alemán que te presenté el año pasado? —dice y asiento. No lo recuerdo del todo, pero el abuelo siempre habla de él, además es su socio en la empresa—. Un hombre como él es lo que mereces, Eva.
—Abuelo…
—Un hombre que honre su palabra y juramento a su matrimonio y familia.
—Por dios, abuelo, que has hecho. —susurro.
—Quería que lo conocieras en tu fiesta de cumpleaños, pero te fuiste mucho antes. Él se asegurará de que tus derechos se hagan valer. Somos buenos amigos y le encargué lo más preciado que tengo.
Los abogados entran, me explican los documentos. Apenas comprendo cada cláusula mientras firmo. En cuestión de minutos, me convierto en la dueña del treinta y cinco por ciento de la empresa Davies. Más que mi padre, más que Brandon. Me tiemblan las manos.
El alemán del que tanto habla el abuelo, también es un socio capitalista de gran magnitud, con un veinticinco por ciento.
—Ahora solo queda que te divorcies de ese inútil bueno para nada. —dice el abuelo.
—Lo haré, solo espero tener el apoyo de tu socio para poder lidiar con la tormenta que está por caerme encima. —susurro.
Y entonces escucho esa voz varonil, firme, con un acento extranjero que ya conozco.
—Claro que estaré para ti, Eva. —dice.
Me giro y lo veo: Nikolaus Hoffman. Alto, de ojos tan claros que parecen agua, cabello oscuro, impecable.
¡Es él! ¡El hombre con el que choqué el día de mi cumpleaños!
Mis mejillas arden de vergüenza.
—Oh… estás aquí. —murmuro torpemente.
—Por supuesto. —responde con una leve inclinación.
El abuelo sonríe, satisfecho.
—Solo las personas que de verdad me importan están aquí. Nikolaus sabe todo, Eva. Él será quien vele por ti cuando yo ya no pueda hacerlo.







