—Eva… —empieza Kuno, con gesto serio—. Te juro por Dios que no he visto nada de lo que estabais haciendo.
—No estábamos haciendo nada —lo reprendo de inmediato, con firmeza—. A Eva se le atoró el cabello en la polera.
Kuno suelta una carcajada incrédula.
—No nací ayer, bro. ¿Crees que no he tenido sexo en la oficina? —arquea una ceja—. Lo hago todo el tiempo. Pero no lo haría con mi futura esposa.
Eva, con las mejillas encendidas, intenta salir al paso.
—Yo ya me iba… solo quería asegurarme de que estás bien. Y lo estás. —me besa suavemente, un roce casto que me quema más que cualquier caricia—. Ni una palabra de esto a nadie, Kuno. Por favor.
Pero él la mira con esa ironía que lo caracteriza.
—¿De verdad le seguirán negando al abuelo saber que la bisnieta que tanto pide está ya en la etapa de germinación? —pregunta en tono serio.
—No es una maldita planta para germinar —resoplo, molesto.
Eva se pone aún más nerviosa.
—No lo estamos… no es… —balbucea, incapaz de ordenar las palabras—.