Miro la televisión y mi rabia se multiplica. El caso Royce ha sido adelantado para esta semana. Ese desgraciado, ese malnacido, debió haber pasado diez años antes de tener derecho a un juicio.
—¡Maldición! —golpeo el escritorio con toda mi fuerza. El sonido retumba en la oficina, pero no calma el ardor en mis venas.
Cierro los ojos un instante, pero la impotencia me consume. Ese hombre casi destruye mi empresa, casi arrasa también con el sueño de mi mujer, y ¿qué recibe? Beneficios carcelarios. Sus cómplices libres, impunes, disfrutando lo que le robaron a los demás.
A mí me tomó tres años levantar todo lo que él derrumbó, un año para devolverle a Eva lo que era suyo, tres años para reconstruir la empresa de mi padre. Y ahora, ver que la justicia se tuerce a su favor… es como volver a sangrar por la misma herida.
No me engaño. Era obvio que esto pasaría. El juez es íntimo amigo de Royce, y no me sorprendería que Katherina también esté involucrada. Esa gente no conoce la lealtad, ni la