Eva Davies
—Eva… —susurra apenas me ve entrar en la habitación. Llevo a mi pequeño en brazos y, sin pensarlo, lo abrazo con fuerza, como si temiera que algo o alguien me lo arrancara—. Estás tan hermosa… —dice con una sonrisa que parece guardar mil emociones.
No puedo responder. Las palabras se me quedan atrapadas en la garganta. Él se acerca, como queriendo asegurarse de que todo está bien. Sonrío, y en ese instante siento cómo las lágrimas me recorren las mejillas, ardientes y dulces al mismo tiempo.
Sus ojos… hay tanto en ellos. Tanto amor, tanta culpa, tanta ternura. Me pregunto si estará pensando lo mismo que yo.
—Dime algo, cariño… —susurra, desviando su mirada hacia mi pequeño.
—Qué bueno que llegaste… —respondo con voz temblorosa.
—Siempre llegaré a ti, Eva —me promete, posando un beso suave sobre mi frente, como si quisiera sellar sus palabras en mi piel—. Perdóname por no hacerlo antes.
—Lo importante es que estés aquí. Conmigo. Con nosotros —susurro, intentando que mi voz n