Nikolaus Hoffman.
El vuelo se retrasa más de lo que puedo soportar. El aire en la cabina es espeso, y este asiento estrecho parece un suplicio calculado para los pasajeros. No hay primera clase disponible; Kuno, con toda su buena voluntad, no logra encontrar nada mejor. Y yo, con la urgencia ardiéndome en el pecho, tomo el primer boleto que aparece, sin importar aerolínea ni incomodidad.
Cuando, por fin, la señal de wifi se abre paso entre la niebla tecnológica del aeropuerto, mi teléfono se llena de mensajes. Mis padres. Kuno. Opa. Incluso Katherine, con sus advertencias envenenadas. Pero no me detengo en ellas. Mi atención está fija en un solo hilo de conversación: Sophie. Ella es mis ojos y mis oídos junto a Eva.
Sophie: Han ingresado a la señora Eva a la sala de partos, pero no me dejan entrar con ella.
El corazón me golpea en las costillas. Siento que mi mente quiere escapar de mi cráneo, que el mundo gira a una velocidad insoportable. Apenas aterrizo, las llamadas perdidas empie