Hoy, mi pequeño Niklaus cumple una semana de vida, y por fin podemos dejar atrás las paredes del hospital. El trato ha sido cálido, casi familiar, pero mi alma suspira por el regreso a casa, por la intimidad de mis propios rincones, por el aroma de lo que dejé esperándome.
Tengo seis meses de licencia por maternidad y pienso exprimir cada instante; quizás, incluso, logre terminar en línea las materias que me quedaron pendientes y que no pude congelar a tiempo. Sonrío mientras lo sostengo contra mi pecho, su calor diminuto fundiéndose con el mío. Mi pequeño príncipe.
—Es hermoso… —la voz grave de Nikolaus llena la habitación y me hace sonreír—. Como tú.
El rubor me sube a las mejillas, cálido y dulce, y por un instante me siento flotando.
—Gracias por cuidarnos todo este tiempo —susurro, acercándome para dejar un beso suave en su mejilla.
Nikolaus y yo compartimos una complicidad que pocos comprenderían. Es un amor que se alimenta de silencios cómodos, de largas conversaciones sobre lo