El nerviosismo se apodera de mí cuando lo veo rodear la isla y continuar su paso. Balbuceo, incapaz de hilar una sola palabra coherente, mucho menos una oración completa.
—Em… —susurro, tartamudeando.
—Y, sobre todo, ¿por qué estás levantada si te indicaron reposo absoluto? —pregunta, mientras aparta con suavidad un mechón de cabello de mi rostro.
—Bue... bueno, tú estabas dormido y la hora de la cena se acercaba, así que pensé que… tal vez podía preparar algo —respondo, juntando mis dedos como una niña pequeña, buscando su aprobación con timidez.
—Pudiste despertarme. Habría pedido algo a un restaurante... o habría cocinado para ti, si eso querías —dice el alemán, con ese tono que mezcla preocupación y dulzura.
Aparto la mirada por unos segundos, y en ese gesto me doy cuenta de que Marie está tras nosotros, riendo bajito, como si esto fuese una escena sacada de una película.
—No habías descansado bien durante varias noches… creí que... lo siento —musito, bajando aún más la voz.
No dic