Capítulo 10
Scott me espera afuera, apoyado en el viejo carro del abuelo, ese que huele a cuero gastado y madera encerada. Al verme, sonríe, una sonrisa sincera, y camina hacia mí para tomar mi maleta sin decir palabra. Siento la presión de todas esas miradas detrás de mí, los ojos que me siguen desde las ventanas, esperando verme salir por la puerta trasera, como una cobarde que huye.

Pero no.

Salgo por la puerta principal, erguida, con el cofre de las cenizas del abuelo en mis brazos. Los dejo atrás, rotos y confundidos, incapaces de comprender que ya no tienen poder sobre mí.

El trayecto a la casa del abuelo es silencioso, pero ese silencio no me incomoda; es reconfortante. Veo por la ventanilla los paisajes que tantas veces recorrí en mi infancia. Cada árbol, cada curva del camino, me devuelve recuerdos de él, de sus manos ásperas y cálidas guiándome cuando apenas aprendía a andar en bicicleta. Respiro hondo, aferrándome a esa memoria como si fuese un talismán.

Nikolaus nos espera en la entrad
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