Los cien millones que liberamos de inversión los entregué a una compañía de fondos. Cada mes deposité quinientos mil dólares para fortalecer ese capital, y ellos hicieron el resto. Todavía me asombra: lograron incrementarlo en un cuatrocientos por ciento. Ahora tengo el poder de recuperar mi empresa y comenzar, al fin, las verdaderas operaciones.
—Lo sé, lo sé… regresaré, no te preocupes.
—¿Eva? —la voz de Nikolaus me hace estremecer. No sé cómo ni cuándo ha entrado a la oficina, pero lo cierto es que escuchó, y ahora me observa con el ceño fruncido, desconcertado.
—Nikolaus… —susurro, sintiendo cómo se me corta la respiración.
—Vine para sorprenderte y llevarte a comer, pero el sorprendido he sido yo —dice con un tono que duele.
Es entonces cuando me doy cuenta de lo que sostiene entre sus manos: rosas rojas, tan frescas y hermosas que parecen sangrar pasión entre sus dedos.
—Aún podemos ir a comer, Nik… podemos hablarlo —digo apresurada, con miedo en la voz—. Iba a contártelo esta m