Él no decide sobre mi hija.

Desde que sus informantes le avisaron que Anny había sido trasladada a la sala de observación y que Aitana se encontraba en la cafetería, Isaura no lo dudó.

Caminó por los pasillos del hospital con paso seguro, como si aquel lugar le perteneciera. Nadie la detuvo. Nadie la cuestionó. Isaura sabía moverse allí; sabía cuándo avanzar y cuándo desaparecer.

Al ingresar a la sala de observación, vio a Anny dormida.

«Mocosa… has empezado a desagradarme»

El monitor marcaba el ritmo estable del corazón de la niña, y la luz blanca caía sobre su rostro pálido, resaltando la fragilidad de sus facciones.

Isaura se acercó despacio, midiendo cada movimiento, como si temiera despertar algo más que a la niña.

Se inclinó sobre la cama.

Durante unos segundos solo la observó. El cabello oscuro de Anny se esparcía sobre la almohada, suave, limpio, idéntico al de alguien que Isaura conocía demasiado bien.

Te pareces tanto a esa grasienta, pensó.

Luego posó la mano sobre la cabeza de Anny.

—Así que aquí est
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