Lealtades enfermas.
En cuanto Isaura se enteró de que a Aitana le habían permitido entrar al quirófano, se descontroló por completo. La rabia la volvió histérica. Comenzó a caminar de un lado a otro frente a la oficina de Alan, como una fiera acorralada, esperando su llegada con los nervios crispados y el corazón latiéndole a golpes.
Cuando por fin lo vio aparecer al fondo del pasillo, corrió hacia él sin pensar.
—¡Padre! ¿Cómo pudiste dejar que…! —alcanzó a decir apenas.
Pero no terminó la frase. Ya que el sonido seco de la bofetada resonó en el pasillo con una violencia brutal.
La cabeza de Isaura se giró por la fuerza del golpe. Se llevó la mano a la mejilla ardiendo y, con los ojos empañados, miró a la secretaria que había presenciado la escena, sintiéndose humillada, expuesta, ofendida.
—¿Papá… por qué…? —preguntó con la voz quebrada.
Alan no se detuvo. Avanzó hacia su oficina con el rostro desencajado por la furia. Isaura, temblorosa y asustada, lo siguió. Era la primera vez que Alan le pegaba. Cu