Mi secreto más frágil.
El motor de la camioneta rugía mientras Aitana se sentaba en el asiento trasero, junto a Jenny y uno de los amigos de Paulo.
Paulo, que manejaba con la boca rota y con dos trozos de papel metidos en los orificios de la nariz, cruzó con Aitana por el retrovisor.
—¿Quién es ese hombre tan desagradable? —preguntó, con voz aún dolorida por los golpes.
Aitana titubeó, apretando los dedos sobre su falda.
—Solo… es el padre de un paciente.
Paulo la observó, pensativo.
—Podríamos denunciarlo.
Ella negó con la cabeza, respirando hondo.
—No quiero complicar las cosas. Él tiene dinero y le sería muy fácil contrademandar.
«Si denuncio a Jax, provocaré que todos se enteren de mi matrimonio con él, y pensará que lo hice a propósito y… me sería aún más difícil irme», respondió en su fuero interno la verdadera razón por la que no podría hacerlo.
Paulo, para su tranquilidad, asintió, y ella aprovechó para inclinarse hacia Jenny y susurró, casi temblando:
—No quiero continuar la fiesta. Lo mejor sería