Aitana se mordió la lengua para no responder con un insulto.
Jax la miraba como si verla ahí, arreglada para otro hombre, le incendiara la sangre. Sus ojos estaban inyectados, oscuros, fijos en ella como si quisiera quebrarla solo con la mirada.
—¿Sabes qué es lo peor? —continuó él, con la voz rota entre unos celos que no admitiría ni para sí mismo—. Que te ves feliz. Te ves… libre.
Aitana abrió la boca para responder, pero él habló antes:
—Y eso no te corresponde.
—Eres un loco que le obsesiona tanto castigarme…
—Porque cada vez que sonríes sin mí —murmuró, acercando su rostro al de ella, tan cerca que el calor de su aliento rozó su piel—… siento que te me escapas. Y eso… eso no lo voy a permitir.
Dijo esas palabras como si se revelara a sí mismo un secreto monstruoso. Él mismo se paralizó ante su declaración, sorprendido de escuchar lo que realmente llevaba dentro.
Ella inhaló bruscamente, como si él le hubiera arrancado el aire del pecho.
—Jax… no me toques.
Él cerró los ojos un se