No soy tu mujer… pero sí tu obsesión.
Al caer la noche, Aitana ya no estaba de ánimos; la mente le pesaba como si llevara una piedra colgando del cuello.
No dejaba de pensar en que había aceptado la amenaza de Jax, ese despreciable que no aceptó su propuesta de divorcio, y para su mala suerte solo le quedaban horas para verse obligada a verle la cara día tras día, soportar sus maltratos y su manera tan desdeñosa de tratarla. El simple recuerdo de su tono frío le erizaba la piel. Al día siguiente debía mudarse a voluntad de él… como si fuera un objeto que podía mover a su antojo.
Sacó de una bolsa de papel un vestido que había comprado tras salir de la empresa de Jax.
Lo estiró entre sus manos, con un gesto entre resignado y doloroso. Aunque no era lindo, corto ni provocativo, resaltaba todo lo que ella intentaba ocultar. Sentía que el vestido hacía visibles sus inseguridades, como si las exhibiera bajo un reflector.
Se repetía que solo lo usaría durante unas horas. Que no podía faltar a la promesa que le había hecho a Jen