Capítulo 9. La cafetería universitaria
La cafetería de Northeastern University no era un lugar; era un microcosmos. Cada hora del día, cientos de vidas se cruzaban allí: estudiantes con ojeras de biblioteca, profesores distraídos, personal de limpieza con acentos del Caribe, trabajadores de mantenimiento que hablaban en polaco o vietnamita, y una legión de jóvenes como Patricia, contratados por horas para mantener el engranaje de la institución en movimiento. En ese caos ordenado, donde el vapor de la sopa se mezclaba con el murmullo de mil conversaciones y el tintineo de cubiertos, Patricia encontró su primer refugio en Boston.
Su turno comenzaba a las seis de la mañana. Llegaba antes del alba, con las mejillas sonrojadas por el frío y los ojos aún cargados de sueños búlgaros. La señora Ruiz, la supervisora, una mujer de risa estruendosa y manos que parecían hechas para abrazar el mundo, la recibía con un “¡Buenos días, mija!” que sonaba como un bálsamo.
—Hoy te toca en la estación de desayuno —decía, señalando la fila de