Capítulo 8. La vida en Northeastern
El amanecer en Boston era una pálida promesa velada por la niebla invernal cuando Patricia salió de la casa de los Dalton, envuelta en su abrigo búlgaro y con la mochila al hombro. En su interior llevaba el cuaderno nuevo de Iván, una pluma de tinta azul, el medallón de San Cirilo, escondido bajo la ropa, como un talismán, y un nudo en el estómago que no había logrado deshacerse ni con el té caliente de Eleanor.
Hoy continuaba con sus clases en Northeastern University. Era el comienzo real del programa que la había traído desde los campos de los Ródope hasta esta ciudad de ladrillo y acero. Ciencia de los Materiales. Doce meses. Una oportunidad que, si fracasaba, no se repetiría.
Caminó con paso firme, aunque cada latido de su corazón resonara como un tambor de advertencia. Las calles estaban semivacías, salpicadas por estudiantes que avanzaban con la cabeza gacha, auriculares en los oídos, mochilas repletas de futuros inciertos. Nadie la miraba. Nadie la veía. Y en ese anonimato, Pat