Al día siguiente, la casa de la familia Ferraz volvía a estar llena de movimiento. La cena de esa noche sería especial: los invitados no eran otros que los padres de Daniel, el novio de Amelie.
Por la casa, Amelie caminaba de un lado a otro, incapaz de ocultar su nerviosismo. Su estómago estaba hecho un nudo y sus manos sudaban ligeramente. Conocer a los suegros por primera vez ya sería intimidante de por sí, pero saber que todo eso había sido idea de su padre hacía la situación aún peor.
Impaciente, entra en la habitación de su madre, cruza los brazos y hace una mueca nada entusiasmada.
—¿Por qué papá tuvo que inventar esto? —se queja, indignada.
—Mi amor, sabes cómo es tu padre de desconfiado. —Marina dice con voz serena, intentando calmar a la hija. —Solo quiere asegurarse de que los padres de Daniel sean buenas personas y que hayan criado a un hijo responsable.
Toca suavemente la mano de Amelie, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora, con la esperanza de suavizar su nerviosismo.