Saliendo del cuarto, Marina se dirige hacia el patio de la casa, donde encuentra a su marido sentado en un sillón, con un libro abierto entre las manos. Su rostro está serio, los ojos fijos en las páginas, pero hay algo en su postura que delata que su mente está en otro lugar.
Acercándose, se sienta junto a él y lo observa por un momento antes de preguntar:
—¿El libro está interesante?
Soltando un suspiro leve y sin apartar la mirada de la página, Víctor responde con una sonrisa de medio lado:
—Para ser sincero, llevo casi dos horas leyendo el mismo párrafo —responde, haciendo una mueca divertida, aunque Marina percibe la inquietud detrás de la broma.
—¿Qué pasó? —pregunta, evidentemente preocupada.
Lentamente, Víctor cierra el libro y lo apoya sobre la mesa a su lado. Sus ojos se dirigen hacia la piscina, observando el reflejo tembloroso del agua, como si buscara respuestas allí.
—Hoy llegó otra carta de mi madre, ¿verdad? —su voz sale baja, casi un murmullo.
—Sí. Dayane acaba de ent