Ya habían pasado dos semanas desde el trágico evento que marcó la boda de Víctor y Marina. La imagen de Víctor siendo llevado de urgencia al hospital aún estaba grabada en la mente de Marina, pero ahora, más que nunca, se negaba a apartarse de su lado. Desde aquel día, no había dejado el hospital ni por un minuto, decidida a estar allí para él, aunque eso significara dormir en sillas incómodas o comer de forma irregular. Cada segundo junto a Víctor era un recordatorio del amor que sentía y de la fuerza que necesitaba tener.
Cada mañana, cuando los médicos llegaban para dar el parte, contenía la respiración, aferrándose a la esperanza de escuchar algo positivo. Cada día en que su estado permanecía estable era una pequeña victoria, y ella se aferraba a esas conquistas como si fueran grandes triunfos. Su fe, ya inquebrantable, parecía fortalecerse aún más con el paso de los días.
En la UCI, él seguía inconsciente, pero Marina hablaba con él todos los días cuando conseguía algunos minutos