Mientras está en el coche, camino al hotel, Andressa no puede contener las lágrimas que corren silenciosamente por su rostro. Cada movimiento del vehículo parece intensificar el dolor que siente, como si el rechazo de Leonel fuera un peso insoportable presionando su pecho. Intentando disimular su vulnerabilidad, pasa las manos por la cara para secar las lágrimas, pero su respiración entrecortada y la mirada perdida revelan el caos interior. El conductor del taxi la observa por el retrovisor, pero no dice una sola palabra.
Los pensamientos la consumen, y cada palabra que Leonel dijo resuena en su mente como un recordatorio cruel de que su vida está desequilibrada. Andressa no sabe cómo arreglar lo que está roto, mucho menos cómo lidiar con las decisiones que la llevaron hasta allí. «¿Por qué estoy sintiendo esto?», se pregunta, con los ojos fijos en el horizonte borroso que pasa por la ventana. «¿Por qué estoy dejando que los sentimientos me dominen?»
Al llegar al hotel, paga al taxist