Acostada en el regazo de Leonel, que duerme profundamente, Andressa deja que su mirada recorra la pequeña habitación donde él descansa. El espacio es modesto, con paredes pintadas de blanco que muestran algunas marcas del tiempo. Un armario sencillo de madera ocupa una esquina, con una pila de libros desordenados en la parte superior. La cama, aunque pequeña, es cómoda, cubierta con sábanas de algodón en tonos neutros. Al lado, una mesita improvisada sirve de escritorio, con una lámpara y un vaso de agua.
Después de observar el ambiente, desvía la mirada hacia Leonel, que duerme serenamente. Su rostro tranquilo parece ajeno a cualquier preocupación. La visión de él la envuelve en una sensación rara de paz y armonía, algo que no experimentaba hacía días. Ese momento la llena de tal manera que todo lo que desea es quedarse allí para siempre, como si el tiempo pudiera detenerse.
Pero la realidad pronto regresa, fría y cruel. Al mirar el reloj colgado en la pared, se da cuenta de que ya p