Ya es de mañana y la habitación está iluminada por una luz suave que entra a través de las cortinas parcialmente cerradas. Víctor está despierto, pero permanece acostado, observando a Marina dormir con la cabeza apoyada sobre su pecho. Su respiración es tranquila y rítmica, como una melodía capaz de apaciguar cualquier tormenta interior. Su cabello está esparcido sobre su brazo, y su rostro sereno transmite una paz que él raramente encuentra.
Recuerda la noche anterior y las palabras de ella: Víctor, te amo.
Esa declaración lo tomó completamente por sorpresa, dejándolo inmóvil en el mismo instante.
A lo largo de su vida, había conocido a muchas mujeres. Algunas eran atractivas y seguras de sí mismas, otras más tímidas, pero todas seguían un patrón predecible. Palabras como las que Marina había pronunciado ya las había escuchado antes, casi siempre usadas como excusas o artimañas para retenerlo a su lado, aun sin un compromiso verdadero. Sin embargo, esta vez fue diferente, porque sint