La voz de Víctor suena baja y profunda, cargada de una intensidad que hace que el corazón de Marina se acelere. Ella siente la proximidad de sus labios, casi rozando los suyos, y cada fibra de su cuerpo reacciona a ese contacto que él aún guarda, como una promesa a punto de cumplirse. Él la atrae suavemente hacia su regazo, y sus brazos se entrelazan alrededor de ella con firmeza, como si quisiera mantenerla allí para siempre. Sus ojos se encuentran con los de ella con un brillo dispuesto e intenso.
— No tienes idea de cuánto desordenaste mi cabeza, rubiecita. — Su voz es un susurro ronco. — Pienso en ti todo el tiempo… ¿Tienes noción del efecto que estás causando en mí?
Marina siente el rostro encenderse y una suave sonrisa aparece mientras intenta lidiar con la intensidad de sus palabras.
— No hables así… — pide ella, casi en un susurro.
Víctor esboza una sonrisa enigmática, su mirada no se desvía un segundo de la de ella.
— Necesito decirlo, porque es lo que siento. Te quiero, rubi