En otra mañana de trabajo, Marina espera a su novio, que había prometido pasar a recogerla para llevarla a la empresa. Sin embargo, el celular suena y ella ve el nombre de Sávio en la pantalla.
— Lo siento, amor, pero no voy a poder llevarte — dice él por teléfono, la voz cargada de frustración. — La llanta del coche se pinchó y la del repuesto también está desinflada.
— Está bien, Sávio, no hay problema. Posiblemente, aún alcance a tomar el autobús — responde, despidiéndose ya de sus padres y saliendo apresurada de la panadería.
Logra subir al autobús a tiempo, pero, en el trayecto, un embotellamiento inesperado retrasa el viaje y la hace llegar a la empresa más tarde de lo planeado.
Marina percibe un clima tenso en el piso donde trabaja. Los empleados caminan apresurados de un lado a otro, murmurando entre sí, como si intentaran evitar algo o a alguien. Al pasar frente a la oficina de Víctor, ve a Dayse, la secretaria de él, que la observa con una mirada preocupada.
— Buenos días, D