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Capítulo 5: La realidad duele más que los sueños

Ava golpeó suavemente la puerta de la oficina de Ethan y esperó su permiso antes de entrar.

Llevaba una carpeta con los contratos corregidos por el departamento legal y una sensación punzante en el estómago que no tenía nada que ver con hambre o ansiedad.

Solo incomodidad. Tal vez culpa. Tal vez algo peor.

—Adelante —respondió la voz de Ethan desde dentro.

Cuando Ava entró, él estaba recostado en su silla, con el ceño fruncido y una mano en la frente.

Parecía agotado.

—Jefe, le traigo los documentos de París —dijo ella, dejando la carpeta sobre el escritorio—. Están listos para su firma.

Ethan levantó la vista y le ofreció una pequeña sonrisa, cansada pero sincera.

—Gracias, Ava. Eres la única que mantiene este lugar en pie.

Ella se encogió de hombros con una mueca sutil. Él la observó unos segundos más antes de hablar.

—Quería disculparme… por lo de esta mañana. Sophie a veces es… impulsiva. Pero en serio, estoy agradecido contigo —su tono parecía sincero—. Sé que esto que vas a hacer por nosotros no es algo pequeño. Y quiero que sepas que lo valoro.

Ava asintió, pero sus dedos jugaron nerviosos con el borde de su blusa.

—No quiero que las cosas empiecen mal —dijo con franqueza—. No quiero causar problemas entre ustedes.

Ethan se enderezó en su asiento.

—Yo me encargaré de eso. No tienes que preocuparte. Sophie está nerviosa, eso es todo —su tono era condescendiente—. Tener un hijo ha sido nuestro sueño por años. Y ahora que por fin está cerca, está… vulnerable.

Las palabras eran comprensivas, pero en el pecho de Ava dejaron una punzada aguda. Él estaba defendiéndola a capa y espada como debía ser y ella no debería sentir nada, lo sabía. No tenía ningún derecho.

Aun así, se sintió descartada, como si su valor se redujera a su útero y nada más.

—Quizás… —empezó a decir con cuidado—. Tal vez yo no sea la mejor opción después de todo.

Ethan frunció el ceño.

—¿Cómo puedes decir eso? Ava, no. Tú eres perfecta para esto —se levantó de la silla, algo nervioso—. Confiamos en ti. Tú me conoces, sabes cómo trabajamos. No pienses así.

—Es solo que… —Ava bajó la mirada—. No quiero ser la causa de más discusiones.

Él suspiró, apoyando las palmas sobre el escritorio.

—Te prometo que hablaré con Sophie. Las cosas se calmarán —sonrió de medio lado—. Ella solo necesita tiempo para procesar todo esto.

Ava asintió, aunque la preocupación ya se había anclado en su pecho. Se dijo que debía alejar sus emociones del asunto, que no podía permitirse sentir lo que estaba sintiendo.

Ella era la asistente. La amiga. La mujer que llevaría el hijo de otra.

Nada más.

Y sin embargo, cuando Sophie se acercó más tarde ese día a su escritorio, algo en la mirada de Ava se tensó.

—¿Podemos hablar un segundo? —preguntó la esposa de Ethan con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Ava se levantó con cautela.

—Claro.

—Solo quería disculparme por lo que pudiste haber escuchado esta mañana —dijo Sophie en voz baja, como quien quiere parecer amable sin dejar de marcar territorio—. Las parejas a veces pelean. Quizás tú no lo sepas, porque no tienes una… pero son cosas que pasan.

Ava sintió que el comentario llevaba filo, aunque estuviera envuelto en terciopelo.

—No se preocupe, señora Sophie —respondió con suavidad—. Solo quiero que las cosas estén claras entre nosotras. No quiero conflictos.

—Y no los habrá —dijo Sophie, aún sonriendo—. Mientras tú sepas cuál es tu lugar, todo estará bien.

El nudo que se formó en la garganta de Ava fue tan repentino que apenas pudo disimularlo.

Asintió, casi resignada.

—Entendido.

Sophie se marchó como si nada hubiese pasado. Pero Ava no volvió a sentarse.

Se dirigió al baño más cercano y se encerró allí por varios minutos, respirando hondo, tratando de calmar esa mezcla de rabia, humillación y tristeza que amenazaba con derrumbarla.

El resto de la tarde pasó lento, como si el reloj se burlara de ella. Cuando regresó a su escritorio, fingió concentración, aunque sus pensamientos estaban en otra parte.

Fue al final de la jornada, cuando la mayoría de los empleados ya se habían ido, que Ava volvió a acercarse a la oficina de Ethan con unos documentos olvidados. La puerta estaba entreabierta.

Iba a tocar, pero se detuvo al ver la escena dentro.

Sophie estaba sentada en el regazo de Ethan, con los brazos rodeando su cuello. Se veían relajados, casi cómplices.

La escena era íntima, cariñosa, ajena a todo lo demás. La tensión del día parecía haberse evaporado entre ellos.

—Sabes que te amo, ¿verdad? —murmuró Sophie, acariciando su mejilla con ternura—. Y sé que tú también me amas. Ava no es una amenaza para nosotros y nuestra relación.

Ethan sonrió, besando su mejilla.

—Estás confundiendo las cosas. Ava es… como una hermana para mí —aseguró con tono firme—. Confío en ella, por eso aceptamos que nos ayude con nuestro hijo. Eso es todo.

Ava no escuchó más. Dio un paso atrás, con sus ojos llenos de lágrimas. La carpeta resbaló entre sus dedos y cayó al suelo sin que ella lo notara.

Sintió que le arrancaban algo del pecho. ¿Por qué dolía tanto, si desde el principio había sabido cuál era su rol?

Salió del pasillo sin ser vista, con la cabeza agachada. Cada paso que daba la alejaba de esa oficina, de esa conversación, de esa fantasía absurda que había estado alimentando en secreto.

Por enésima vez, se dijo que debía dejar de soñar con él. Porque en su historia, ella nunca sería la protagonista. Solo un capítulo necesario en el libro de otra.

Y esta vez… debía aprender a cerrar el libro de una vez por todas.

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