Capítulo 4: Miradas que pesan

El día comenzó como cualquier otro en las oficinas de Miller Technologies.

El sonido rítmico de los teclados, los teléfonos timbrando en intervalos irregulares, y las voces apagadas de empleados atrapados en reuniones infinitas componían el fondo habitual.

Pero desde que se había formalizado el acuerdo entre Ethan y Ava, la atmósfera parecía cargada con una electricidad discreta.

Bastaban las miradas fugaces o los murmullos que cesaban cuando Ava cruzaba algún pasillo para notar que algo había cambiado.

Ava, sin embargo, intentaba comportarse como siempre. Había llegado temprano, como de costumbre, con su agenda organizada y el informe semanal listo.

Sus pasos firmes y su rostro sereno eran una fachada que ocultaba la mezcla de ansiedad y emoción que la acompañaba desde que se confirmaron los resultados médicos.

Todo estaba en orden. Estaba sana, fuerte, y a pocos días de someterse al procedimiento que cambiaría su vida.

En su escritorio, ordenaba documentos cuando escuchó una voz familiar.

—Buenos días, Ava.

Al levantar la mirada, se encontró con Ethan sonriéndole desde la puerta de su oficina. En sus manos llevaba una bolsa de papel.

—¿Ya desayunaste?

Ella alzó una ceja, divertida.

—¿Me está interrogando, jefe?

—Solo cuidando una inversión importante —dijo él, bromeando, y dejó la bolsa sobre su escritorio—. Leí que los alimentos ricos en ácido fólico son buenos antes y durante el embarazo. Espinacas, nueces, frutos secos… Es una bomba de salud. Pensé en ti cuando la vi.

Ava sonrió, enternecida por el gesto. Pero al mirar dentro de la bolsa, su expresión cambió.

—Oh, cielos… —dijo con una risita nerviosa—. Yo… soy alérgica a las nueces.

Él se congeló.

—¿Qué?

—Alergia severa —explicó ella, sosteniendo la ensalada como si fuera una bomba—. Esta hermosa ensalada podría haberme matado.

Ethan palideció de inmediato, a pesar del tono bromista de Ava.

—Dios… Ava, lo siento muchísimo. No lo sabía. ¿Cómo puedes bromear con eso? No la tocaste, ¿verdad?

—Tranquilo, no la abrí —respondió con una sonrisa comprensiva—. Pero… admito que su intención fue linda.

Ethan soltó una risa nerviosa, frotándose la nuca.

—Voy a asegurarme de que no vuelva a pasar. Haré una lista de lo que no puedes comer… o mejor aún, te traeré solo fruta.

Ava se encogió de hombros, divertida.

—No es necesario que me alimente —su estómago parecía lleno de mariposas—. Estoy siguiendo una dieta equilibrada para estar lista para el procedimiento, pero me basta con mis propias ensaladas. Sin nueces asesinas.

Ambos rieron con suavidad. Fue un instante cálido, natural… demasiado natural. Un instante que no pasó desapercibido para Sophie.

Desde la sala de juntas, Sophie los había estado observando a través del cristal, su silueta esbelta enmarcada en un vestido entallado color marfil. Aunque sus labios se curvaron en una leve sonrisa al verlos reír, sus ojos eran dos agujas de hielo.

Ava sintió un escalofrío y, al voltear ligeramente, la encontró mirándola fijamente. Sophie no dijo nada, solo se giró y se alejó por el pasillo.

—Creo que su prometida nos vio —dijo Ava con un gesto incómodo.

Ethan suspiró, como si hubiera olvidado por un segundo que Sophie existía.

—No hicimos nada malo —respondió él, pero su voz bajó un tono—. Solo quise cuidar de ti, Ava. No veo por qué eso debería molestarle.

Ella no respondió. Sabía perfectamente por qué le molestaba.

Mientras la mañana avanzaba, algunos empleados cuchicheaban entre sí. Una recepcionista intercambió miradas con el jefe de marketing.

Palabras como “acuerdo”, “madre sustituta” y “favoritismo” flotaban en el aire, apenas susurradas pero imposibles de ignorar. En una empresa como esa, los rumores viajaban más rápido que los correos internos.

Ava hizo su mejor esfuerzo por ignorarlos. Mantuvo la cabeza baja, concentrada en su trabajo, respondiendo correos y preparando las notas para la próxima reunión del consejo.

Ethan, por su parte, parecía más distraído que de costumbre. Su puerta permanecía entreabierta, y en varias ocasiones la miró desde dentro como si quisiera decir algo más y no se atreviera.

Ya por la tarde, el ambiente se había tensado aún más. Sophie entró sin tocar a la oficina de Ethan, cerrando la puerta tras ella con un clic seco.

Ava, que había estado organizando unos documentos en el archivador contiguo, sintió un vuelco en el estómago.

—¿Te puedo preguntar algo? —dijo Sophie, con voz serena pero cargada de veneno—. ¿Desde cuándo estás tan pendiente de Ava?

Ethan alzó la vista de su portátil, frunciendo el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Te vi esta mañana. Vi cómo la mirabas y le llevabas comida —hizo una mueca, descontenta—. No eres así con nadie más.

—Sophie… solo quería ayudarla. Está haciendo algo muy importante por nosotros.

—¿Por “nosotros”? —repitió ella, caminando lentamente hacia el escritorio—. Porque estos últimos días parece que solo te importa ella.

Ethan se levantó, molesto.

—Eso no es cierto. Tú y yo decidimos esto juntos. No olvides que Ava trabaja aquí desde hace años —cerró los ojos, conteniéndose—. La conozco, confío en ella. Es parte de mi equipo.

—¿Y parte de tu vida también? —preguntó Sophie, con una sonrisa dura.

Hubo un silencio pesado. Ethan no respondió de inmediato. No porque no tuviera una respuesta, sino porque sintió que, si hablaba, podría decir algo que no debía.

—Estás viendo cosas donde no las hay —dijo al fin, controlando su tono—. Y no me gusta que vengas a mi oficina a hacer escándalos. Ni tú ni yo necesitamos eso ahora.

Sophie entrecerró los ojos.

—Solo recuerda, Ethan… ella será la madre subrogada de nuestro hijo, un vientre solamente que no es parte de nuestra familia —alzó la barbilla—. No confundas las cosas.

—Sophie… —advirtió él, alzando un dedo, pero ella dio media vuelta y salió de la oficina, dejando tras de sí un silencio espeso.

Ethan se pasó una mano por el rostro, frustrado.

Desde su escritorio, Ava fingía concentrarse en su pantalla, pero había escuchado todo. Las palabras de Sophie habían sido claras… y dolían más de lo que quisiera admitir.

Y sin embargo, en el fondo, algo le decía que nada volvería a ser igual.

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