A pesar de que la emoción inundaba su pecho y hacía latir su corazón con fuerza, Ava volvió en sí de golpe, como si la realidad le cayera encima como un balde de agua helada. Había un nudo en su garganta que no sabía si era de rabia, miedo o desesperación.
—No digas esas cosas, Ethan —protestó, apartando el rostro con enojo—. Ya debimos aprender la lección. ¡Esto no puede seguir pasando!
Su voz temblaba, no solo por la furia que intentaba proyectar, sino por el amor desmedido que sentía por él. Un amor que le desgarraba por dentro, porque lo amaba con locura, y aun así, sabía que no tenía derecho alguno a él. En silencio, pensaba que ella también hubiera querido ser Sophie, tener ese lugar privilegiado en su vida, poder besarlo libremente, sin miedo, sin culpas.
Pero la realidad era otra. El aire denso de la habitación, impregnado del aroma y las feromonas de Ethan, la mantenía atrapada, incapaz de respirar con claridad. Cada segundo a su lado era un recordatorio de que estaba jugando