Ethan sabía que si Ava se asustaba demasiado, podría ser fatal. El recuerdo de lo frágil que estaba, de lo vulnerable que resultaba en su estado, le atravesó el pecho como una daga. Por eso, aunque la sostenía con fuerza, se apresuró a susurrar contra su oído, con voz baja y apremiante, tratando de calmarla.
—Soy yo, Ava… tranquila… soy yo.
Pero su mano continuaba firmemente sobre la boca de ella, porque estaba seguro de que gritaría al darse cuenta. O peor aún: que lo insultaría por haberse colado en su apartamento de esa manera.
Los ojos de Ava se abrieron con un sobresalto desmesurado. Reconoció la voz, reconoció el olor que tanto la confundía, y su cuerpo reaccionó con una mezcla de alivio y rabia. Se revolvió con todas sus fuerzas hasta soltarse del agarre que la mantenía inmóvil y, apenas libre, giró hacia él con los labios apretados, la mandíbula rígida y el rostro ardiendo de indignación.
—¡Eres un idiota! —gritó con la voz cargada de furia—. ¡Un imbécil descerebrado y