Ava se quedó mirando fijamente a Sophie, sin poder apartar los ojos de la sonrisa que no se borraba de su rostro. Parecía como si la mujer aguardara, con paciencia venenosa, la reacción que quería arrancarle: que llorara, que se derrumbara, que preguntara incrédula si era cierto lo que acababa de escuchar.
Su cuerpo se tensó y sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. Unas náuseas terribles la invadieron, distintas a las que solía sentir con el embarazo. La cabeza le daba vueltas y la respiración se le agitó, como si hubiese corrido un largo tramo sin detenerse.
Era el shock. Solo eso. El golpe invisible de aquellas palabras retumbaba en su mente, como si cada sílaba de Sophie hubiese sido un látigo en su piel.Pero se obligó a repetir una y otra vez que debía controlarse.
¿Cuál era la diferencia? Sabía que Sophie y Ethan terminarían casados, lo había sabido desde el principio. ¿Qué cambiaba que la boda se adelantara? Si la caída iba a ser inevitable, mejor que ocurriera pronto. Al