El cuerpo de Ethan se tensó de forma automática, pero al ver al hombre de bata blanca que entraba en la habitación, su expresión cambió. Pasó del nerviosismo al alivio, aunque también se reflejaba en sus ojos un dejo de remordimiento.
Ava lo notó, y una punzada de decepción le atravesó el pecho.
“¿Qué podías esperar, Ava? No seas idiota”, se reprendió mentalmente.
El doctor era un hombre alto, de cabello oscuro peinado hacia atrás y un rostro era amable, pero su porte profesional imponía respeto. Llevaba una carpeta en la mano.
—Buenos días, señorita Brooks —saludó con una ligera inclinación de cabeza—. Soy el doctor Mena. Vengo a revisar cómo se encuentra y a hablar con usted sobre el protocolo de reposo que deberá seguir.
Ava asintió, mientras acomodaba sus piernas bajo la sábana y trataba de mantener la mirada en el doctor, ignorando el nudo en la garganta y el calor que comenzaba a escalar por su rostro.
—Quería informarle que su estado ha mejorado notablemente, pero deberá guard