Ava se alejó rápidamente de la puerta antes de que pudieran descubrirla. Sus pasos eran torpes, apresurados, con el corazón latiéndole con fuerza y las manos húmedas por los nervios.
De vuelta en la habitación, se recostó de lado, de espaldas a la puerta, mirando hacia la ventana sin realmente ver lo que había más allá del cristal. El temblor que le recorría el cuerpo era imparable, como si su interior supiera que algo se había roto.
No quería llorar. No cuando ya se había prometido a sí misma que solo sería el vientre que daría vida al hijo de Ethan y Sophie, que no debía involucrarse.
Pero ahí estaba, sintiéndose desgarrada, sintiendo cómo un sollozo le subía por la garganta como una marea incontenible.
—Eres una idiota, Ava… —murmuró apenas, tan bajo que apenas si ella misma pudo oírlo—. ¿Qué podías esperar? No seas estúpida…
El recuerdo de la cercanía de Ethan, de su voz baja de sus ojos mirándola de una manera que la hizo estremecer, la golpeaba sin piedad.
Había algo distinto