Ava caminaba con los pies descalzos por la orilla de la playa, dejando que el agua tibia del mar le acariciara los tobillos.
El atardecer pintaba el cielo con tonos naranjas y violetas, y su vestido blanco ondeaba suavemente con el viento. Aunque la imagen era hermosa, su corazón estaba cargado.
Cada paso que daba sobre la arena húmeda parecía pesar más que el anterior.
Había salido de la habitación sin rumbo, huyendo de sí misma, de sus pensamientos, de lo que había ocurrido horas antes. Se llevó las manos al vientre, como si así pudiera calmar la agitación que sentía en el pecho.
—¿Cómo llegamos a esto? —susurró, sin esperar una respuesta—. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Las lágrimas brotaron silenciosas. No sabía si eran de rabia, confusión, tristeza… o todo a la vez. Su vida había cambiado por completo, todo era tan incierto.
Quería mantener a Ethan lejos. Quería ser fuerte, protegerse, proteger a su bebé. Pero el amor que aún sentía por él era demasiado.
Estaba ahí, incrusta