Ava regresó del paseo con los pies adoloridos, pero la mente un poco más clara.
El aire salado, el sol tenue del atardecer y la brisa marina le habían devuelto una pizca de tranquilidad. Sin embargo, en cuanto cruzó el jardín hacia el lobby del hotel, el mal presentimiento volvió a su pecho.
Lo sabía. Sophie seguramente tendría algo que decirle. Algo sutil, venenoso… o directamente brutal.
“Como si necesitara que alguien me recordara cuál es mi lugar,” pensó con los labios apretados. “Ella se encarga de hacerlo cada maldito segundo.”
Pero lo peor no era Sophie. Lo peor eran esos momentos con Ethan.
Cuando la miraba, cuando se acercaba, cuando decía esas cosas que se le quedaban repitiendo en la cabeza, como un eco imposible de ignorar.
Ava sacudió la cabeza.
—No, basta —susurró para sí misma—. No puedo ilusionarme otra vez. Él tiene sus motivos, y ninguno tiene que ver con lo que yo deseo.
Su corazón quería otra cosa. Pero su razón le gritaba que debía mantenerse firme. No iba a pe