— Sí, debemos irnos, este país me ha dado demasiados golpes, ya no soporto uno más — alegó incapaz de rendirse, y dispuesto a convencerme
— Sí, pero huyendo no se soluciona la vida, lo sabes bien — volví a refutar en contra de su petición
— Pero, Mary, nada de lo que hay aquí me pertenece, vámonos, no perdamos más tiempo – insistió, mientras me tomaba por la cintura y me volteaba hacia él, colocándonos de manera más cercana, nuestra cara mirándose fijamente
— ¿Y qué haremos? ¿Con qué vamos a irnos? ¿Cómo vas a dejar la empresa? – pregunté con la voz cortada
— Es de Páter, él deberá buscar un CEO que le ayude, yo me llevo mis ahorros, vendo esta casa y se acabó el problema, seremos libres de todas estas ataduras, anda vete conmigo — suplicó mientras colocaba sus manos en mi cara, pidiendo en ruegos
— Sí, sí, me iré contigo, me iré contigo a donde quieras, ya no me mires con esa cara de borrego capaz de convencerme — dije mientras me tiraba a su boca para besarlo con furia y deseo, luego de que mi corazón me hiciera entender que en verdad esa era la mejor decisión, y que debía enfrentar cualquier adversidad que se avecinara, juntos podríamos vencerlo.
— Ven, debemos decírselo a Páter, a Lucrecia, que ellos vengan con nosotros y también a mi viejita Isabel, que aunque no quiera tendrá que dejarme – dijo totalmente feliz, mientras caminábamos de nuevo a la sala.
— Lucrecia, nos regresamos a España — le dije de golpe, y la sonrisa volvió a su cara con profunda sinceridad y alegría, sé que eso era lo único que quería, amaba demasiado ese país como para renunciar a él, y si lo había abandonado era en contra de su voluntad solo por seguirme.
— Me voy a España – dijo Eduardo a Páter y este a lo inmediato contestó — Nos vamos, Hermano, jamás permitiré que me dejes solo — lo abrazó sonriendo
— Creo que a quien no querrás dejar sola es a Lucrecia — Bromeó Eduardo con su risa pícara
— Tampoco a ti, imbécil — dijo riéndose
— Pero tú debes velar por tus bienes, ya suficiente te he ayudado y me has ayudado estos años – contestó Eduardo a lo inmediato con la voz cargada de tristeza al recordar todo lo bueno que este había sido con él.
— A la m****a la empresa, que mis tíos vean por ella, yo me voy contigo a donde me lleves, y si hay que trabajar trabajo, además amo a Lucrecia con locura, ahora entiendo por qué te volvió loco Mary, es que en verdad, las españolas son otro nivel, jamás conocí una mujer tan excepcional como ella – alegó demostrando seguridad mientras miraba a Lucrecia
— Eso ya lo sé, es algo que se nota a legua — exclamó Eduardo dándole un golpe en su espalda
— Sí y estoy loco, pero más loco sería quedarme aquí sabiendo que estás lejos, no soportaría ese vacío, supongo que la empresa puede funcionar estemos o no aquí, o qué te parece si vendemos nuestras acciones a mis tíos y con eso nos vamos tranquilos, o bien, situamos la empresa allá — comentó sin mostrar ningún problema en marcharse, como si las soluciones estuvieran a la vuelta de la esquina, Lucrecia y yo nos miramos siendo cómplices de nuestros pensamientos, teníamos frente a nosotras a dos hombres completamente decididos a dejar todo por estar a nuestro lado y protegernos, algo que nunca habíamos tenido.
— Eso tardaría demasiado tiempo, y yo no soporto un día más en esta ciudad, no vaya a ser y alguno de ustedes muera – dijo Eduardo aún consternado por lo que nos había sucedido, su expresión me pareció grotesca, pero a la vez me hizo pensar que en verdad la muerte nos andaba persiguiendo y teníamos que buscar nuevos rumbos, otras miradas, otras energías, otras personas, otro ambiente.
— No importa que tarde, ya veremos cómo lo hacemos, pero no permitiré que te vayas solo y que además Mary se lleve a mi Lucrecia — siguió alegando Páter.
— Listo, nos vamos hoy mismo entonces — dijo finalmente Eduardo sabiendo que había logrado su misión y que ya se acababa todo, que regresaría a su país de donde no debió salir nunca.
— ¿Y cómo vamos a irnos así de rápido? — preguntó Lucrecia
— Pues aquí los cuatro tenemos pasaporte y visa, así que es simple solo compramos los boletos y nos largamos hoy mismo — alegó con una seguridad increíble, como si todo sucediera tal cual lo hubiera planeado en su cabeza
— Objeción — dije levantándome la mano — primero debemos ir a nuestro apartamento para pagar entregarlo y sacar nuestras cosas
— Que de eso se encargue Adrien o Noah— señaló Eduardo — No quiero separarme de ti — dijo abrazándome y besándome — para mientras iremos avanzando en realizar todo para el viaje
Ambos sonreímos en medio del dolor, éramos una bonita familia, que había sido construida con base en la amistad verdadera y sincera. La idea de regresar a España del brazo del hombre que no veía en años, me atormentaba, pensaba en la reacción de todos en el pueblo al mirarlo nuevamente, en la cara de Magaly al enterarse de que no me había casado como según entendía ella, estando atada a los designios de mi padre, y en lo que dirían todos esos hombres que en algún momento me ofendieron por mi condición de mujer sola.
Arreglamos una pequeña maleta con las cosas necesarias para nuestro viaje, Eduardo y yo fuimos hasta el aeropuerto a comprar los boletos de avión, sin embargo el tiempo que quedaba era demasiado breve, por lo cual tuvimos que viajar hasta el siguiente día, así que el resto de la tarde Páter y Eduardo se encargaron de notificar a sus tíos el motivo del viaje, ellos se asombraron por verme nuevamente, explicamos con mentiras que habíamos pospuesto la boda, estuvieron de acuerdo y aceptaron también hacerse cargo de los asuntos de la empresa, mientras regresábamos.
La palabra regreso me dio un poco de curiosidad, pero supuse que Eduardo y Páter habían acordado decirlo de esa manera para que las cosas fuesen más fácil, pues decir de golpe que renunciaban a todo era demasiado fuerte e inentendible.
Cuando subimos al avión mis piernas temblaban, había llegado a California totalmente sola y ahora me veía de la mano del hombre que amaba, Eduardo tenía una faz de alegría y de tristeza, regresar al lugar de donde salió hace diez años era algo bastante doloroso y difícil, pero ahora estábamos juntos y nada podía separarnos, debíamos ser lo suficientemente fuertes para enfrentarnos a los fantasmas de nuestro pasado, asumir y guardar esos recuerdos para que ahora nos habitaran cosas nuevas, confiando y teniendo esperanza en que fueran buenas.
— De nuevo a casa, después de tanto tiempo — masculló Eduardo intentando sonreír tras que nos sentamos
— Sí, ahora todo será diferente, ya lo verás — afirmé intentando darle ánimos, sintiéndome satisfecha por haber cumplido con su deseo, por hacerlo feliz
— Y nosotros también somos distintos — comentó para darme un beso en la frente con mucha ternura
— ¿Y si te robaron la empresa? — me asaltó Lucrecia con esa pregunta, los nervios regresaron a mí, sabía que al llegar nada bueno respecto a eso nos esperaría.
No importa si no encontramos nada, volveremos a nuestro país, pisaremos el suelo que amamos, saludaremos a la gente que nos quiere, y lo juro, seremos felices, somos cuatro seres con mucho talento y capacidad para construir un mejor futuro, hacer de nuestra vida algo mejor.— Siento que hasta ahora mi vida empieza a cobrar sentido — murmuró Páter abrazando a Lucrecia— Imagínate lo que siento yo — intervino Eduardo apesarado— Lo mismo es para mí, diez años esperando este momento, soñando con el día en que Eduardo estuviera a mi lado, deseando con todo mi ser que Lucrecia también fuera feliz, pues siempre la arrastré a mi desgracia, ella caminó conmigo todos mis pesares — conté yo también con temor— Yo te juro que voy a hacerla feliz, que daré mi vida por ella, que no le va a faltar nada — contestó a lo inmediato Páter, ya no me molestaba su acento forzado ni su pelo rojo, ahora todo era distinto, era el hombre que se había aventurado a amar a Lucrecia, a cuidar de ella, y quien habí
— Primero lo que urge, mi pequeña, no comas ansias, primero debemos visitar el pueblo, pensar qué hacer sobre la empresa— La empresa, la empresa, bendito tema — lo interrumpí abrumada, pero no quería demostrar el miedo que me invadía.— Sí, aunque quieras omitirlo, se debe hablar — intervino Lucrecia, y me sentí asediada.— No perdamos más tiempo, debemos viajar a Godella en cuanto antes — dijo Eduardo incapaz de seguir ahondando en el tema; él me conocía bien, y sabía que me estaba empezando a incomodar y que no deseaba hablar de eso.— Sabe si hay un vehículo que haga viajes a esta hora hacia el pueblo de Godella – me animé a preguntarle a un hombre que estaba ahí y que parecía ser buena persona, pues después de todo lo que habían estado diciendo solo quería llegar y finalmente descubrir que estaba pasando, enfrentarme a la verdad— Sí, todavía queda una camioneta que podría hacerles el viaje — contestó mientras con su mano llamaba a otro hombre que estaba recostado en su vehícul
—Debes ser fuerte — Murmuró Lucrecia acercándose a mí para consolarme, para ayudarme a no decaer a no golpearme, pues estaba luchando contra lo poco que quedaba en la casa— Ya no, ya no quiero ser más fuerte, todo me lo han arrebatado, todo me lo han quitado, como si ser mujer fuera la mayor maldición para mí, como si finalmente mi padre tuviera razón y sus palabras se hicieran verdad, que si hubiera sido hombre mi vida habría sido distinta — grité con dolor, hasta que por fin caí al suelo.— Mary, mi amor — escuché decir a Eduardo desesperado mientras su cuerpo se abalanzaba sobre mí, intentando detener mi caída, pero yo ya reposaba en el suelo, completamente inconsciente, por el enorme dolor y lo fuerte que había sido para mí, tener que encontrar mi casa de esa forma.Lucrecia buscó en un bolso, un perfume, y en un trozo de tela colocó un poco, para ponerlo en mi nariz y hacerme reaccionar con el fuerte olor a alcohol inmerso en la fragancia. Eduardo me cargó en sus brazos y se sen
Lo primero que pensé fue en buscar la casa de Luis, ahí tenía que estar su familia, pensé, o encontrar al menos alguna pista. Era claro que lo presagiado por Lucrecia se había cumplido, que la cercanía de Magaly con Luis, no dejaría nada bueno.Cuando finalmente estuve frente a la casa de Luis, me sentí estaba cerrada y abandonada, grité una y otra vez intentando obtener una respuesta, pero todo era silencio. Esos mal nacidos, se habían hecho ricos con mi herencia, y era claro que se habían largado junto con su familia, quién sabe dónde, por eso en la vieja casa que habitaban, no había nada tampoco, igual que en la mía. — Señorita Mary — escuché una voz atrás de mí que me aterró, ya la tarde había empezado a caer, y aquel lugar se veía cada vez más oscuro y desolado. Eduardo, Lucrecia y Páter, no sabían siquiera dónde me encontraba, pues la casa de Luis estaba algo alejada de la mía. — ¿Quién es usted? — pregunté nerviosa mientras giraba mi rostro en dirección a la mujer, una vieje
Decidí finalmente levantarme cuando entendí que ya era demasiado tarde y que debía regresar, pues seguro debían estar muy preocupados por mí. Di unos cuantos pasos en dirección a mi casa, o más bien a lo que quedaba de casa, y me encontré a Eduardo, quien había salido a buscarme.— Mi amor, dónde te habías metido, estaba demasiado preocupado por ti, siento que un minuto lejos de mi lado es como una eternidad — gritó Eduardo abalanzándose a mis brazos, dispuesto a mi encuentro, su cuerpo era lo único que necesitaba para sostenerme para tener fuerza y poder continuar. Ahora él estaba conmigo, pero siempre la vida, nos estaba poniendo las cosas difíciles, cada vez aparecía en nuestro camino un sufrimiento más.— Nos robaron — repetí una y otra vez en completa desolación— Sí, eso es claro, pero no debiste venir hasta aquí sola, ya nada puede solucionarse respecto a eso, hace demasiado frío, volvamos a casa — definió él intentando mantener la cordura y la paciencia conmigo, pese a que lo
— Te juro, mi amor, que por nuestro amor, que por lo que nos hicieron, esta vez voy a triunfar encima del mal — le aseguré— Mary, tú sabes bien que la venganza no deja nada bueno, y te lo digo yo, que tú más que nadie conoce lo terrible de eso — repuso él nervioso, pude sentir en su voz el miedo de que yo pudiera convertirme en un ser despiadado, pero eso no estaba en mi corazón, ni en mi forma de ser.— No, no voy a vengarme, voy a hacer lo correcto, lo más justo — volví a afirmar para que no se preocupara por lo que pretendía hacer— ¿Cómo vas a lograrlo? No sabes nada de ellos, no van a regresarte el dinero — dijo Eduardo incapaz de querer luchar por eso, pues para él no era algo importante, él tenía dinero suficiente, pero yo quería demostrarle a esos dos que no iban a burlarse de mí tan fácilmente— Buscaremos a la policía, ellos se encargarán de buscarlos, de encontrar sus pistas, en el aeropuerto alguien deberá darles información sobre su viaje, como me la dieron a mí cuando b
— Es algo con lo que estás completamente relacionada, Mary, y solo lo diré, si estás dispuesta a escucharlo, ya te he advertido que va a doler demasiado, y ya suficiente tienes en la vida como para echarle más limón a la herida — dijo la mujer y empecé a desesperarme, Eduardo se acercó más a mí, para detenerme, me agarró de las manos para controlar mis impulsos— Dígalo ya — exigí mientras Lucrecia suspiraba y temblaba de miedo, yo también tenía miedo— La verdad, MaryCarmen, es que esa mujer que abandonó a Lucrecia, es tu madre — dijo finalmente la mujer, y en ese momento mis vellos se erizaron, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mis piernas flaquearon, yo admiraba a mi madre, la amaba con mi ser, y escuchar eso me había partido el alma, porque siempre maldije a la mujer que abandonó a Lucrecia, y no podía creer que mi madre, mi propia madre, hubiera sido capaz de tal acto, y que encima sabiendo que era su hija la hubiese recibido en casa y en cambio de darle amor la hubiese pues
— A construir nuestro nuevo destino — repuse yoCuando llegamos a casa, los cuatro tomamos una ducha, arreglamos nuestras maletas nuevamente, y salimos, caminamos sin rumbo. Fuimos hasta la iglesia, para saludar al padre Adonis, que siempre nos había apoyado, y que siempre quiso que estuviéramos juntos desde que éramos novios.— padre, hemos vuelto — dijo Eduardo sorprendiéndolo por la espalda mientras este limpiaba unas imágenes de los santos— Eduardo, querido, Eduardo — exclamó él, abrazándolo efusivamente, cuando me miró su sorpresa fue mayor — Díganme por Dios, que finalmente están juntos — dijo alegre— Lo estamos, padre, a pesar de todo, hemos vencido las barreras — contestó Eduardo tomándome de la mano.— Si ustedes quieren los caso ahora mismo — dijo él sonriendo. Eduardo me miró sorprendido, animado a hacerlo, pero yo quería casarme de otro modo, yo quería que mi boda fuera algo más especial— No, padre, cuando nos decidamos volveremos, por ahora debemos marcharnos, este lug