Capítulo 69

—Debes ser fuerte — Murmuró Lucrecia acercándose a mí para consolarme, para ayudarme a no decaer a no golpearme, pues estaba luchando contra lo poco que quedaba en la casa

— Ya no, ya no quiero ser más fuerte, todo me lo han arrebatado, todo me lo han quitado, como si ser mujer fuera la mayor maldición para mí, como si finalmente mi padre tuviera razón y sus palabras se hicieran verdad, que si hubiera sido hombre mi vida habría sido distinta — grité con dolor, hasta que por fin caí al suelo.

— Mary, mi amor — escuché decir a Eduardo desesperado mientras su cuerpo se abalanzaba sobre mí, intentando detener mi caída, pero yo ya reposaba en el suelo, completamente inconsciente, por el enorme dolor y lo fuerte que había sido para mí, tener que encontrar mi casa de esa forma.

Lucrecia buscó en un bolso, un perfume, y en un trozo de tela colocó un poco, para ponerlo en mi nariz y hacerme reaccionar con el fuerte olor a alcohol inmerso en la fragancia. Eduardo me cargó en sus brazos y se sentó en el suelo, no había siquiera un sitio para descansar, no había absolutamente nada.

— Por favor, háblame, te prometo que todo eso lo vamos a enfrentar juntos, y que se va a solucionar — repetía Eduardo una y otra vez, pero yo solo lo escuchaba, abrí los ojos para contemplar la nada que abarcaba en ese lugar, para mirar quizá por última vez ese sitio que me había visto crecer, ese sitio en donde había pasado las noches más amargar de mi vida, y unas cuantas felices cuando mi madre todavía estaba con vida.

— Vamos, nena, tienes que reponerte, como dice Eduardo, esto vamos a vencerlo juntos — decía Lucrecia consternada.

— Ya estoy cansada, de no encontrar paz en mi vida, necesito solo eso, tranquilidad, se llevaron lo mejor que tenía, mi casa, mis últimos recuerdos, los retratos de mi madre, vine por eso, porque era lo único que pensaba rescatar de toda esta desgracia — dije por fin, levantándome de los brazos de Eduardo, e incorporándome nuevamente para estar de pie, me sentía un poco mareada. Lucrecia y Eduardo también se levantaron del suelo, para situarse de pie a mi lado — ¿Ahora que nos queda? Dejamos todo por nada, aquí no podremos vivir, no tenemos nada — repetí colocando mi rostro en el pecho de Eduardo, que me acogió en seguida rodeando mi cuerpo con sus manos.

— Calma, mi niña, non importa que no tengamos nada, resurgiremos — volvió a asegurar Eduardo

— Es momento de enfrentar toda la realidad, debemos ir a la empresa, y ver cómo está eso — dije soltándome de los brazos de Eduardo y caminando de prisa hacia la puerta.

Los cuatro nos dirigimos a la empresa, caminando, cargando nuestras pequeñas maletas, pues también mis vehículos se los habían llevado, no habían dejado nada, al igual que en la empresa que ahora estaba convertida en un desierto, todo a su alrededor estaba cubierto de basura, de hierbas, de monte que rodeaban cada pared, en condiciones deplorables.

Me quedé detenida mirando todo y sintiéndome totalmente desdichada, cómo si la ruina me siguiera por doquier.

 — Lo único que nos quedaba, Eduardo, ahora también está muerto, cómo muere todo lo que nos rodea,  como se ha muerto todo en nuestra vida y nos deja lo único que nos ha acompañado siempre: La desgracia— - logré decir sin derramar una lágrima, pues ya ni siquiera era capaz de llorar y tampoco quería hacerlo, estaba absorta, conmovida por todo lo que nos estaba pasando.

 — Es mejor así, Mary, esto solo ha Sido un bien que nos ha ocasionado lo que ya has dicho: desgracias, al fin y al cabo esto nunca nos perteneció, esto es algo que jamás fue tuyo ni mío — contestó Eduardo mientras se situaba a mi lado para tomarme de la mano, Lucrecia y Páter hicieron lo mismo, se quedaron detenidos a nuestro lado sin decir absolutamente nada, solo observando la tragedia

 — No — refuté con ira — Para esto tiene que haber una explicación, y Luis tendrá que dármelas, fue a él que le encargué esto — señalé convencida,  incapaz de aceptar esta derrota, pues yo no quería ser una carga más para la familia de Páter, ni darle más problemas a Eduardo — No voy a dejar las cosas así, sabes, si bien es cierto esto jamás fue tuyo ni mío, pero sí le perteneció a tu padre y por su memoria debemos buscar la verdad — agregué para hacerles entender por qué no pretendía quedarme con los brazos cruzados.

 — Pero Mary — dijo Eduardo intentando convencerme de renunciar a esto y solo asumirlo, pero yo era demasiado obstinada para quedarme con los brazos cruzados y que ahora más que nunca quería demostrarles que mi condición de mujer no me iba a limitar en nada

—Qué, Eduardo, solo necesito investigar, saber qué fue lo que pasó — Lo interrumpí sin medir el tono de mi voz ni controlar las expresiones que estaba haciendo con mi cara

— ¿Si no quieres vivir aquí, para qué quieres saber qué pasó con la empresa? Es mejor dejar todo así — intentó convencerme

— Eduardo, por Dios, debemos recuperar el dinero que esos malditos nos robaron, y con eso poder construir un mejor futuro — afirmé para que entendiera mi preocupación, y mis deseos de encontrar la verdad

— Bien, si eso es lo que quieres hazlo, pero quiero decirte que a mí no me interesa absolutamente nada de esto, que si antes no vino a mis manos de buena manera ahora que lo encontramos de esta forma, que se ha perdido, otra vez, es porque en verdad no nos conviene, y las cosas por mal nunca serán bien recibidas, ya no quiero más tragedias, esta es la señal más clara de que no, que no nos pertenece, Mary, que debemos seguir nuestra vida como si nada de esto hubiera existido antes - explicó Eduardo totalmente serio, se tiró al suelo tomó un puñado de tierra y lo lanzó al viento, después se levantó y me dio la espalda

 — Solo necesito la verdad, solo eso, me cansé de vivir engañada, nunca me he dado por vencida, he luchado hasta el final siempre, y este caso nada me hará desistir, Eduardo — contesté frustrada de ira, tocando su espalda

 — Ya hablamos del perdón, de lo que eso hace y cómo cambia nuestra vida, no dejes más bien, que esto te llene de rencores otra vez — musitó él sin mirarme

 — Y quedarnos en la ruina, Eduardo, tú has renunciado a todo en California por venirte tras de mí, por hacer una nueva vida aquí  y mira no tenemos nada y no es justo que otro lo haya robado – le interrumpí gritando y sin poder evitar las lágrimas al no sentirme apoyada ni comprendida por él.

 — Es que justamente eso, Mary, una nueva vida, cuando hablo de nueva me refiero a todo y en verdad, eso es todo lo que necesitamos algo que lo construyamos con nuestro propio esfuerzo y dedicación, como ya dije, no aquí, no vamos a quedarnos aquí – aclaró mientras me sujetaba por la cintura y por fín me miraba

— Pero, Eduardo, con qué vamos a irnos a otro lado — seguí insistiendo — No es justo que esos malditos se hayan robado todo

 — Mary, por favor, esto nunca  ha traído nada bueno — añadió Lucrecia para refutar las palabras de Eduardo

 — Y yo jamás voy a dejar solo a Eduardo, él fue todo lo único bueno que tuve en la vida – añadió Páter — Y mi familia y yo, tenemos el dinero suficiente para vencer esto, no están solos

Los miré con asombro, como si sus palabras realmente me detuvieran a actuar, me inhabilitaran el cuerpo y me obligaran a aceptar lo que estaba escuchando, pero lo que me preocupaba más que una estabilidad económica, los sueños de Eduardo, pues él era todo un empresario como para quedarse junto a mí en un pueblo abandonado, sin ningún tipo de condiciones para lo que era él ahora, yo podía adaptarme a cualquier forma de vida, pero él había vivido durante diez años rodeado de lujos y comodidades

 — Vamos a casa — masculló con ternura

 — ¿A qué casa? Si lo que hay ahí es solo decadencia — advertí con la voz seca de preocupación

 — En donde sea que estemos juntos me parecerá un palacio, anda, no insistas más, que se acabe lo que deba acabarse en nuestra vida, no podemos ir contra la corriente, que mira bien que por hacerlo todo nos ha salido mal, y ya no más, mi amor, ya no quiero sufrir ni que sufras – añadió con tanta sinceridad que me pareció tener ante mí al mismo Eduardo de veintidós años que soñaba con cosas imposibles.

 Después de escucharlo di la vuelta y caminé a pasos ligeros, ellos me siguieron, Lucrecia y Eduardo sabían bien que era una mujer terca y decidida, así que no se atrevieron a decir nada más. Nos mirábamos completamente graciosos, con nuestros trajes de marca, caminando por una vereda desolada, llena de tierra, suciedad y monte, que acariciaba nuestros zapatos.

 Llegamos a casa nuevamente, los tres se tiraron al piso para descansar, y en el menos descuido salí, corrí me fui sin rumbo, necesitaba encontrar la verdad, mirar a esos dos en la cara y enfrentarlos sin miedo, para demostrarles quién era yo ahora

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo