Capítulo 72

— Es algo con lo que estás completamente relacionada, Mary, y solo lo diré, si estás dispuesta a escucharlo, ya te he advertido que va a doler demasiado, y ya suficiente tienes en la vida como para echarle más limón a la herida — dijo la mujer y empecé a desesperarme, Eduardo se acercó más a mí, para detenerme, me agarró de las manos para controlar mis impulsos

— Dígalo ya — exigí mientras Lucrecia suspiraba y temblaba de miedo, yo también tenía miedo

— La verdad, MaryCarmen, es que esa mujer que abandonó a Lucrecia, es tu madre — dijo finalmente la mujer, y en ese momento mis vellos se erizaron, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mis piernas flaquearon, yo admiraba a mi madre, la amaba con mi ser, y escuchar eso me había partido el alma, porque siempre maldije a la mujer que abandonó a Lucrecia, y no podía creer que mi madre, mi propia madre, hubiera sido capaz de tal acto, y que encima sabiendo que era su hija la hubiese recibido en casa y en cambio de darle amor la hubiese puesto a trabajar como una empleada más.

— No, dígame que no es cierto lo que mis oídos han escuchado — grité cayendo al suelo, las manos de Eduardo me sostuvieron, Lucrecia corrió a mi lado, y se tiró a abrazarme desconsolada, las dos estábamos ahí frente a una verdad cruel, una verdad que nos revelaba que éramos hermanas no solo del alma, sino de sangre, que su padre era mi cruel padre, y mi madre, mi sagrada madre, la mujer que yo admiraba, era su despiadada madre.

— ¿Por qué, maldición; por qué tienen que ser así las cosas? ¿Acaso yo no tuve el privilegio de tener unos padres buenos? Por qué tuvieron que ser tan malos — grité desesperada, mientras Lucrecia me consolaba: Páter y Eduardo miraban la escena, completamente mudos, absortos, no existían palabras para tanto dolor reunido.

— No, Mary, escúchame — Habló la viejita — Tu madre fue una santa, ella no tuvo la culpa de nada — dijo, y eso fue lo único que apaciguó mi desesperación y lo duro de enfrentarme a esa realidad, alcé los ojos llenos de lágrimas, y la mujer nos dio su mano para que pudiéramos levantarnos, era necesario oír atenta la razón por la cual mi madre nos había mentido.

— Tú eras muy pequeña, Mary, y sé que no lo recuerdas, porque te alejamos de todo. Cuando Lucrecia nació, tu madre estaba feliz, pero Ernesto, tu padre, no, él quería que fuera un varón y una niña, esa noche del parto, recuerdo sus palabras atrás de la puerta “Como sea una niña, no vivirás ni tú ni ella, yo no quiero otra mujer” y entonces yo miré a tu madre con la bebé en brazos, llorar de dolor tu madre dijo entonces: “ Sé que va a matarla, me lo advirtió, dijo que no quería otra niña, después de Mary, y yo no seré cómplice de su asesinato, y sé también que me matará a mí, y podrás llamarme cobarde, pero yo no puedo morirme y dejar a Mary en manos de ese hombre” entonces yo tomé a la criatura, le aconsejé a tu madre, que lo mejor era llevarse a la niña, que le diríamos a él, que el niño había muerto, y entonces aprovechamos el momento en que él se fue a la exportadora, y compramos un ataúd, lo sellamos bien, y le hicimos creer que había muerto, pero yo ya había llevado a Lucrecia donde las monjas. Para tu madre, eso fue muy cruel, ella no tenía el corazón tan podrido como el de Ernesto, así que intentó olvidarlo todo, no mencionárselo a nadie, ni visitarla, ni hacer nada por ella, para evitar una tragedia mayor, ella intentó hacer de cuenta y caso que nada había pasado, y cuando me dijeron que Lucrecia había salido del orfanato, y que estaba en tu casa, tu madre me pidió que huyera, porque Lucrecia ya había revelado que yo sabía quién era su madre, y tuvimos miedo, y me fui, después cuando supe que ustedes se habían ido y que tu padre había muerto, decidí volver, sin imaginar que ustedes dos pudieran seguir juntas — contó finalmente la mujer, cargada de dolor, no había sido fácil para ella guardar tantos años ese secreto

— Maldito sea mi padre, una y otra vez — modulé con ira, mientras los brazos de Lucrecia apretaban mi cuerpo, ella estaba peor que yo, el impacto para ella había sido superior al mío.

— Nunca te atrevas a culpar a tu madre, ella estaba muy mal, metida en ese círculo de violencia que ejercía tu padre, su mente estaba plenamente manipulada, y tenía miedo de que te sucediera algo peor, ella jamás tuvo la maldad en su corazón, era buena al igual que tú, y solo actuó por impulso, por miedo, por no saber cómo enfrentarse a las cosas — advirtió la viejita.

— Perdónala, por favor perdónala, por piedad perdónala — le dije a Lucrecia en medio de mi llanto que era desgarrador

— Ella nunca fue mala conmigo, ella me brindó su casa, y me permitió estar siempre cerca de ti, cuidarte y protegerte, y esa es la mayor recompensa de amor que pudo habernos dado, aunque yo sea menor que tú, pude acompañarte y servirte, ya no importa lo que pasó, ahora sabemos que somos hermanas de verdad, olvidemos que tenemos un padre, pensemos únicamente que tenemos una madre buena, una madre que al igual que nosotros, sufrió, y no podemos juzgarla ni odiarla, porque no sabemos lo que había en su corazón en ese momento, agradezcamos, más bien, a la vida o al destino o a Dios, por habernos dado la gracia de estar juntas y de querernos con sinceridad — dijo Lucrecia intentando calmar su llanto, que lo aceptara de esa manera me dio paz, la abracé, y la tomé de la mano.

— Gracias, señora, por abrirnos los ojos — le dije a la viejita, y salimos de la casa

— Que Dios las bendiga — musitó como despedida. Los cuatro salimos de la casa totalmente rotos, era muy duro asimilar lo que acabábamos de escuchar.

—Te das cuenta, por qué era necesario volver — dijo Eduardo que me llevaba abrazada.

— Sí, pero será momento de marcharnos, de irnos lejos de aquí, ya no aguantaré más dolor — dije para que entendiera que no podíamos seguir ahí

— Yo te prometí que nos iríamos y lo voy a cumplir, pero tú quieres seguir con esa idea de hacer justicia, y encontrar a esos dos, algo que en verdad va a tardar demasiado tiempo — sugirió Eduardo

— Lo sé, y créeme que con esto que acaba de pasar, me queda claro que yo no puedo ir contra corriente, que los hechos ya sucedieron y no hay nada que los pueda cambiar, lo mejor será que hablemos con Armando, y que las autoridades se encarguen de todo — dije resignada mientras caminábamos, tenía la voz cansada y el pecho contrito de tanto llorar

— Excelente, eso es lo mejor que se puede hacer — dijo Eduardo contento por mi decisión — pero debes saber que si ellos tienen ese documento firmado por tu padre, significa que

— Significa que no robaron nada, que él le dio autoridad y poder sobre mis cosas a ella y yo no podré demostrar nada porque no tengo nada, ni un solo documento que avale que ese hombre me dejó como heredera de la empresa — completé la frase yo

— Sí, justamente eso — Afirmó Eduardo — así que mi pequeña, no queda más que asumir la realidad cruel, y seguir adelante, ya no hay nada que podamos hacer aquí, es mejor que la desgracia se vaya con la desgracia, que el dolor se vaya con el dolor, ellos dos son la ruina y se han llevado la ruina, se han quedado con lo que nos provocó tantos pesares, nosotros ya hemos sabido lo principal, que Lucrecia es tu hermana de sangre, y no solo tu amiga, y eso es más importante que cualquier cosa, nos queda ser felices, y sonreírle a la vida, hacer todo nuevo, ahora que somos una sola familia — sus palabras resonaron dentro de mí con fuerza, Eduardo tenía razón, estaba de más luchar contra algo imposible, contra algo que ya me había dicho de miles manera que no me pertenecía, por culpa de esa empresa nuestra vida había sido un infierno, y era necesario no traer más desgracias a nuestra vida.

— Sí, Mary, lo mejor es despedirse de todo esto — alegó la pobre Lucrecia, que ahora más que nunca me dolía su vida

— Sí, y te juro que ahora más que nunca no voy a abandonarte, te amo, hermana — dije consolidando ese cariño sincero con un abrazo

— Yo también te amo — murmuró ella en mi oido

— ¿Y ahora? ¿A dónde irán los cuatro huérfanos? — preguntó Eduardo sonriendo mientras también abrazaba a Páter.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo