Capítulo 67

No importa si no encontramos nada, volveremos a nuestro país, pisaremos el suelo que amamos, saludaremos a la gente que nos quiere, y lo juro, seremos felices, somos cuatro seres con mucho talento y capacidad para construir un mejor futuro, hacer de nuestra vida algo mejor.

— Siento que hasta ahora mi vida empieza a cobrar sentido — murmuró Páter abrazando a Lucrecia

— Imagínate lo que siento yo — intervino Eduardo apesarado

— Lo mismo es para mí, diez años esperando este momento, soñando con el día en que Eduardo estuviera a mi lado, deseando con todo mi ser que Lucrecia también fuera feliz, pues siempre la arrastré a mi desgracia, ella caminó conmigo todos mis pesares — conté yo también con temor

— Yo te juro que voy a hacerla feliz, que daré mi vida por ella, que no le va a faltar nada — contestó a lo inmediato Páter, ya no me molestaba su acento forzado ni su pelo rojo, ahora todo era distinto, era el hombre que se había aventurado a amar a Lucrecia, a cuidar de ella, y quien había estado en todo momento junto a Eduardo, quizá sin él Eduardo jamás había logrado resurgir, solo Páter era quien había tolerado todos sus problemas, y lo había sostenido.

— Sí, muy lindo y todo — refunfuñó Lucrecia que en ocasiones solía ser muy obstinada — pero no podemos quedarnos en la calle, Mary necesita tener su empresa, y yo no tengo la menor duda de que Luis y Magaly son unos mentirosos y traidores, en seis meses ese tipo no le ha respondido una sola carta — terminó diciendo completamente segura, y si a algo le temía era a las palabras de Lucrecia, porque casi siempre sus augurios se hacían realidad

— Calla — le dije en voz baja

— No, no voy a callarme, me encantaría que pudieras demostrarle a todos esos hombres que se burlaron de ti, y a esos clientes de la empresa que no quisieron seguir comprando fresas, porque ahora eras tú la dueña, que una mujer si es capaz de tomar cualquier cargo y sacar adelante la empresa — señaló con la misma seguridad

— Pero, Lucrecia — la amonesté luego de que Eduardo me mirara abrumado

— Ella tiene razón — dijo Eduardo

— No sabremos nada hasta que lleguemos, por ahora mantengamos la calma, no quiero estresarme con eso, quiero disfrutar el viaje — murmuré cansada, pero en verdad es que esa idea me estaba calcinando el pensamiento, no temía tanto por la empresa, como temía por mi casa que era lo más valioso que me quedaba, un recuerdo invaluable, lo único que quedaba de mi madre.

— Pues que te digo, Mary, siempre has esquivado la realidad, y a veces uno debe enfrentarla, te dije que esos dos estaban demasiado cercanos, y no hiciste nada, no quisiste regresar a España rápido para que lo solucionaras, y desde el primer momento que Luis no respondió, debiste actuar, pero ahí vas siempre de confiada, creyendo que todo el mundo es bueno, que todos son como tú, amables, honestos y justos, no Mary, por desgracia, la mayoría de personas que te rodean, son malas, muy malas, lo sabes bien

— Desde la persona que me engendró — la interrumpí consciente de que tenía razón

— Pero nosotros la queremos y vamos a apoyarla pase lo que pase, si no hay empresa, si no hay casa, trabajaremos por recuperarlo, Mary no está sola — aseguró Eduardo apretando mi mano. Lucrecia guardó silencio, Eduardo tenía razón, y ella sabía bien que tampoco iba a dejarme sola, que estaría a mi lado sin importar lo que sucediera.

Eduardo recostó su cabeza en mi hombro, y lo percibí ahora débil y frágil, como un ser que no había tenido ningún tipo de protección antes, igual que yo, esta vez solo nos teníamos uno al otro, buscando nuestro camino, habíamos arrastrado consigo a Páter y a Lucrecia, que habían empezado un buen amor, por lo cual nos veíamos resignados a dejarlos volar finalmente y sostenernos únicamente por el amor que nos teníamos nosotros, pues no había más que eso en nuestras vidas, solo eso era lo único que nos había mantenido en pie, y gracias a ello habíamos logrado sobrellevar los múltiples dolores que había causado la avaricia de mi padre, y vencer con la verdad toda mentida que nos acaecía.

 Cuando nos bajamos del avión, las miradas  a nuestro alrededor fueron algo novedoso, jamás nadie nos había visto de esa forma. Yo estaba vestida con esas ropas formales y elegantes que había comprado en California, no llevaba mi cabello largo, Lucrecia también vestía distinto, ya no éramos unas pueblerinas incultas y frágiles, ahora las dos habíamos estudiado, y estábamos cambiadas, Páter y Eduardo llevaban una vestimenta de completos millonarios egocéntricos, pero llevábamos en las manos solo una pequeña maleta con lo poco que habíamos logrado guardar.

 Nos quedamos varados en pleno aeropuerto, sin tener la más mínima idea de cómo irnos hasta el pueblo, ya era de tarde, casi noche, y las pocas personas que estaban ahí, solo eran capaz de mirarnos como unos completos extraños, a ninguno de ellos conocía, pues ninguno era del pueblo, sin embargo mi faz era tan igual a la de mi padre que cualquiera que me viese sabía perfectamente que yo era la hija del dueño de la exportadora de fresas.

— Bueno, estamos a tan solo un paso de llegar a nuestro nuevo destino — dije tomada de la mano de Eduardo

— No, ese no será nuestro destino, buscaremos otro rumbo te lo prometo — musitó Eduardo para después darme un beso

— Me juras que no nos vamos a quedar en Godella — Contesté sobresaltada, por la nueva idea que estaba expresando. Eduardo me miró sonriendo, sabía que yo no quería quedarme ahí, y que si había accedido a regresar era únicamente por los asuntos de la empresa, y por complacerlo en ese deseo que tenía.

— No, no vamos a quedarnos aquí, yo no quiero que seas infeliz, quiero que estés en un lugar agradable, no aquí en donde ya no deseas habitar, sé que cediste por mi insistencia, pero no voy a permitir que estés aquí sufriendo, por obligación, por mi capricho — repuso a lo inmediato, haciéndome sentir entendida y amada.

— ¿Entonces adónde iremos después de visitar Godella? — lo interrogué a lo inmediato, mi corazón saltaba de curiosidad, por saber adónde empezaríamos nuestra nueva vida, y a qué deberíamos enfrentarnos.

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