Capítulo 71

Decidí finalmente levantarme cuando entendí que ya era demasiado tarde y que debía regresar, pues seguro debían estar muy preocupados por mí. Di unos cuantos pasos en dirección a mi casa, o más bien a lo que quedaba de casa, y me encontré a Eduardo, quien había salido a buscarme.

— Mi amor, dónde te habías metido, estaba demasiado preocupado por ti, siento que un minuto lejos de mi lado es como una eternidad — gritó Eduardo abalanzándose a mis brazos, dispuesto a mi encuentro, su cuerpo era lo único que necesitaba para sostenerme para tener fuerza y poder continuar. Ahora él estaba conmigo, pero siempre la vida, nos estaba poniendo las cosas difíciles, cada vez aparecía en nuestro camino un sufrimiento más.

— Nos robaron — repetí una y otra vez en completa desolación

— Sí, eso es claro, pero no debiste venir hasta aquí sola, ya nada puede solucionarse respecto a eso, hace demasiado frío, volvamos a casa — definió él intentando mantener la cordura y la paciencia conmigo, pese a que lo había dejado solo sin darle explicación alguna.

— Salí a buscar respuestas, Eduardo, a entender qué era lo que en verdad había pasado — repuse a lo inmediato en voz baja, me sentía completamente agotada ya sin fuerzas sin ánimos de hablar

— No se puede hallar más verdad que la que ya conoces — dijo él frustrado y angustiado por la situación mientras me abrazaba con más fuerza para cubrirme del frío.

— Saber por ejemplo que la amante de mi padre, y Luis, el hombre que se mostró bueno para ayudarme, solo estuvo fingiendo para mantenerme lejos de su plan, se aprovechó de mí, se burló de mí, mientras yo confiada intentaba hacer mi vida en California, sin darme cuenta de que tenía a mi propio enemigo en el mejor de los lugares, o mejor dicho en el mejor lugar para herirme, para jugar conmigo – dije absorta, modulando cada palabra con dificultad

— Son unos descarados

— Pero te juro que yo voy a destruirlos también, que los voy a encontrar y sabrán entonces quién soy, quien es Marycarmen, no quiero que piensen que me han derrotado, porque si ni siquiera mi propio padre pudo, nadie más podrá hacerlo — insistí con toda la rabia contenida dentro de mí, como si después de diez años por fin la valentía regresara a mí.

 — Shh, calla, ya no luches más, ya no busques más pruebas, eso ya no importa, no todas las personas son buenas, ni todas son fiables, pero estás aquí, estamos juntos de nuevo, solo eso es lo único real y palpable en nuestra vida, acurrúcate en mi pecho de donde emana este amor tan grande que tengo, este amor que por años reprimí, pero que siguió en este mismo lugar donde surgió — contestó con cariño mientras me acariciaba el cabello, yo me sentí aliviada en sus manos  y en el compás de sus palabras, me acurruqué en su pecho como lo indicó y di el último suspiro con dolor, así me lo prometí, que ya no permitiría que nada me hiciera daño, pues finalmente lo que tanto anhelaba estaba junto a mí.

— No sé, Eduardo, no estoy dispuesta a dejarme vencer tan fácil, tienes razón pero aunque lo entienda es muy cruel lo que me hicieron como para que me quede de brazos cruzados, además tú y yo, necesitamos un lugar donde habitar

— Por eso no te preocupes, yo sabré cómo resolver, no tienes que ocuparte de todo siempre, ahora yo debo velar por ti, fui yo quien quiso que viniéramos aquí — dijo Eduardo para consolarme, en realidad sus palabras me daban aliento de vida, me llenaban de fuerza, pero ya no estaba dispuesta a tolerar la injusticia.

— Sí, te lo agradezco, solo que a veces no debemos ser conformistas, sino mirar hacia adelante, que hay qué tenemos, y lo que yo pensé tener ya no existe, y no estoy dispuesta a tolerarlo, debo resurgir en medio de todo, y hacerles entender que lo mío no se toca — contesté indispuesta a rendirme, Eduardo me miró impávido, sabía lo obstinada que era, y esta vez no iba a dejar que su amor me convenciera, no quería que nadie más, ni siquiera él interviniera en mis decisiones. Con sus manos rodeó mi cabeza, y me dio un beso, la estaba pasando muy mal, y él se estaba portando como todo un caballero, como el hombre que era verdaderamente, el hombre del que yo me había enamorado.

 — Lo material es recuperable, mi amor, y yo ahorré el dinero suficiente para vivir muchos años, además, la mansión de California será vendida, y podremos construir desde cero, y tú podrás estudiar, hacer lo que tanto has querido, y lo que mereces – continuó diciendo, mientras el ruido de la noche nos acompañaba.

— Tienes razón, Eduardo, pero te repito voy a luchar por lo que me robaron, y no descansaré hasta que ellos paguen lo que me hicieron, porque no es justo que estén disfrutando su vida con lo que se robaron — aseguré demostrando que esta vez nada ni nadie podía convencerme, ni obligarme a retroceder.  

Eduardo se quedó en silencio, entendió que aunque quisiera no iba a detenerme. Me di la vuelta sonriendo a pesar de todo, porque lo tenía a mi lado, porque estábamos juntos, enfrentando lo que la vida nos presentaba, sus manos ahora se colocaron en mi abdomen, y  nos quedamos ahí observando los pájaros que se cruzaban de un árbol a otro.

— La noche nos asecha, es mejor que volvamos a casa — dijo después de un largo rato de silencio, en el que solo nuestra respiración se escuchaba.

— Tomemos este camino — sugerí, pues en verdad Eduardo ya ni siquiera recordaba cómo era en su totalidad el pueblo y los lugares nuevos que existían.

— No, quiero ir por el mismo lugar que antes caminamos, por los mismos sitios en donde inició nuestro amor — repuso él, tomándome de la mano y guiándome por otro camino. Yo lo seguí como niña atrás de un cometa, su mano tibia me daba seguridad y me quitaba el frío.

Cminamos por la vereda desolada, el lugar que conoció nuestras mejores aventuras de niños y de jóvenes, ahora éramos dos adultos jugando al recuerdo, jugando contra la vida, solo nos iluminaban las luces de las casas que ya permanecían cerradas, el calor de sus manos me regresó la verdadera paz y tranquilidad. Cuando llegamos a casa, Lucrecia y Páter se besaban, no quisimos interrumpirlos, así que preferimos detenernos en la puerta y hacer lo mismo.

Los besos no fueron suficiente para apaciguar el fuego de nuestro amor, lo que por tantos años extrañamos, Eduardo fue descubriendo poco a poco mi hombro, y besándome.

— Aquí podrán vernos — murmuré en su oído, pero en verdad Páter y Lucrecia estaban en lo suyo, ignoraron por completo nuestra presencia. Caminamos hasta una de las habitaciones de la casa, entramos como dos niños que juegan al escondite. Nos miramos y reímos por nuestra actitud frente a las cosas que nos estaban sucediendo, estábamos enamorados, como el primer día que inició nuestra relación, a pesar de las circunstancias el amor entre nosotros no había muerto, en cambio esta vez era más fuerte, y aunque estábamos pasando un momento muy difícil, a nivel personal yo no me sentía del todo bien, y sé que Eduardo estaba luchando contra sí mismo para enfrentar su miedo, su pasado, sus heridas y sus decepciones, sin embargo cada uno había trabajado lo mejor posible en reparar esas heridas, y nos habíamos convertido en dos personas plenamente consientes, que estaban en un proceso de sanación para encontrar la paz en su historia.

— Te quiero cerca de mí siempre, a mi lado en el lugar que sea — murmuró Eduardo en mi oído con su voz tierna, y sentí que mi sangre se calentaba, que esas sensaciones de mujer estaban presentes en todo mi cuerpo, rodeé su cuello suavemente, con mis manos, mientras las de él, apresaban mi blusa.

— Quiero contemplarte desnuda, mirar tu cuerpo con detenimiento y hacerte sentir la mujer más especial del mundo, la única en mi vida — continuó diciendo mientras desabrochaba mi pantalón. Yo me dejé llevar sin decir una sola palabra, solo sonreí y cedí a sus peticiones. Me desnudó con delicadeza, y se situó frente a mí, tirado en el piso, observando cada detalle de mi cuerpo. Después se acercó, me fue besando con lentitud hasta llegar a mis pechos, los tocó y los lamió, después bajó hasta mi ombligo, y se detuvo, para finalmente llegar a mi miembro, degustarlo y hacerlo suyo con su boca, mientras yo disfrutaba el orgasmo, con mi mano puesta en la pared para sostenerme. Eduardo me miraba y contemplaba mi placer satisfecho.

Se levantó, acomodó unas sábanas en el piso, luego me tomó de la mano, y me indicó que me acostara, lo fui desnudando poco a poco, y él con sus dedos recorrió cada rincón de mi cuerpo, lamió mis pies, metió sus dedos en mi sexo, y me provocó un orgasmo más, finalmente regresó a mí, me besó la boca.

— Te necesito dentro de mí, quiero hacerme uno contigo esta noche, quiero consolidad nuestro amor de esa manera — dije con la voz seca de cansancio, mientras ya su cuerpo se abalanzaba sobre mí, abrió mis piernas y su miembro entró en mí, para hacerme descansar, para quitarme la ansiedad. Me embistió una y otra vez, suave y lento, al compás de mis agitados gemidos, no nos importó nada, nos corrimos juntos, hasta que mis piernas temblaron y las suyas se mojaron por mí.

 Esa noche hicimos el amor cuantas veces el cuerpo nos exigió, ahí tirados en el suelo, solo cubiertos por las sábanas, nos entregamos en perfecta comunión, pasión y deseo, sus manos acariciaron cada parte de mi cuerpo, y yo gemí en cada embestida, mientras él salía y entraba una y otra vez de mi sexo, hasta llegar al clímax juntos, en la penuria material, y en la abundancia emocional.

 En la madrugada nos detuvimos a pensar, sintiendo el frío en nuestro cuerpo, pues el viento entraba con fuerza, recordamos cuando lo hacíamos en la pequeña choza abandonada de las tierras donde se cultivaba fresa.

— ¿Qué será de nosotros mañana? — interrogué

— El mismo canto de amor, lo que quisieron arrebatarnos todos estos años — definió él

— Mañana yo seré quien debí ser siempre — murmuré acurrucándome en su pecho

— ¿Qué pretendes? — me preguntó, pero él sabía que me refería a lo ocurrido con el robo y que no descansaría hasta hacer justicia.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo