Capítulo 72

— Te juro, mi amor, que por nuestro amor, que por lo que nos hicieron, esta vez voy a triunfar encima del mal — le aseguré

— Mary, tú sabes bien que la venganza no deja nada bueno, y te lo digo yo, que tú más que nadie conoce lo terrible de eso — repuso él nervioso, pude sentir en su voz el miedo de que yo pudiera convertirme en un ser despiadado, pero eso no estaba en mi corazón, ni en mi forma de ser.

— No, no voy a vengarme, voy a hacer lo correcto, lo más justo — volví a afirmar para que no se preocupara por lo que pretendía hacer

— ¿Cómo vas a lograrlo? No sabes nada de ellos, no van a regresarte el dinero — dijo Eduardo incapaz de querer luchar por eso, pues para él no era algo importante, él tenía dinero suficiente, pero yo quería demostrarle a esos dos que no iban a burlarse de mí tan fácilmente

— Buscaremos a la policía, ellos se encargarán de buscarlos, de encontrar sus pistas, en el aeropuerto alguien deberá darles información sobre su viaje, como me la dieron a mí cuando busqué a Lucrecia el día que Páter se la llevó — aseguré suspirando, sé que eso sería agotador y que pasaría mucho tiempo para conseguirlo.

— Bueno, siendo así, creo que puedo ayudarte, buscaremos a Armando, mi primo, él trabaja con la Interpol, y sé que podrá ayudarnos a localizarlos — contestó Eduardo finalmente — dije que no te dejaría sola y voy a cumplirlo, si eso es lo que quieres lo vamos a conseguir — agregó con su sonrisa tierna. Quizá eso fue lo único que pudo darme tranquilidad, y me quedé dormida en sus brazos.

A la mañana siguiente, nos despertamos supremamente tarde, mi estómago rugía de hambre, pero no teníamos nada para comer.

— Mary — gritó Lucrecia — vamos dormilones, despierten — decía una y otra vez en la puerta, mientras Páter se reía a carcajadas por su actitud. Eduardo y yo nos vestimos rápidamente y dimos la cara

— Par de tortolitos, no nos dejaron dormir — comentó Lucrecia riéndose

— Tendríamos que hacer una encuesta para ser justos, y saber quién desveló a quién — bromeó Eduardo

— Ustedes — dijo Páter — Es como si hubieran ocupado la noche para reponer los diez años de ausencia — Yo me eché a reír

— Ustedes porque se veían todos los días, a escondidas — murmuré e hice un acceso de tos para que Lucrecia entendiera que decía eso por haberme mentido para verse con Páter — así que no nos culpen — finalicé y todos nos reímos felices en medio de la precariedad que nos acompañaba, la casa hedía a polvo, y estaba completamente sucia, nuestras costillas dolían por haber dormido en el piso.

— Mary, conseguí desayuno para los cuatro — dijo Lucrecia metiéndose a la cocina

— Por Dios, cómo hiciste eso — exclamé sorprendida, pero ella estaba en su papel de siempre, dispuesta a servirme, como si fuera yo su madre y ella mi hija, la pobre Lucrecia huérfana miraba en mí a esa figura materna, y por eso la comprendía

— Teníamos demasiada hambre, así que fui a la tienda y compré panes, y les pedí que me vendieran un poco de café, y también jalea — contestó ella. En la cocina quedaba una vieja mesa de madera, ahí distribuimos el pan, y comimos juntos, sentados siempre en el suelo.

— ¿Y dónde te metiste anoche? — preguntó Lucrecia que cuando regresé a casa había ignorado mi presencia

— De eso quería hablarte, y justamente por eso, Eduardo y yo, tendremos que irnos — indiqué mirándolo, él correspondió haciéndome sentir de que sí, que lo que me había dicho en la noche se cumpliría

— ¿Qué sucede? — interrogó Lucrecia mirándonos sorprendida

— Anoche he salido a buscar a Luis, obviamente no lo encontré, solo a una viejecita, que dijo que ahora vivía en esa casa

— ¿Quién era? — me interrumpió Lucrecia asustada

— Una viejecita que no conozco, dijo que ella había asistido el parto de mi madre — contesté yo repitiendo lo que la mujer me había dicho, Lucrecia se sorprendió demasiado

—!La partera del pueblo! — musitó como asustada, como si esas palabras se las dijera al viento

— ¿La conoces? — interrogué impávida por la actitud de Lucrecia frente a eso

— Ella es la mujer que me llevó al orfanato, me lo dijeron las monjitas que me cuidaron, dijeron que la partera del pueblo me había llevado, cuando salí del orfanato, antes de venir aquí, la busqué por todos lados, pero nadie me dio razón de ella, dijeron que se había ido, entonces vine a tu casa, pues las monjitas dijeron también, que ustedes eran una familia acomodada económicamente y que quizá podrían darme trabajo — contó Lucrecia, con las lágrimas en su cara al recordar eso tan triste

— ¿Y para qué la buscaste al inicio? ¿Quieres saber sobre tu madre? — pregunté acercándome a ella para Abrazarla, Páter bajó la mirada, él conocía su historia y eso le dolía mucho.

— Sí, quisiera saber quién fue mi madre — repuso ella — es algo que me asalta por las noches, no es fácil vivir errante, no saber quién te trajo al mundo, y quisiera al menos saberlo

— Listo, entonces iremos donde ella, es muy amable, a mí me contó todo sobre Luis y Magaly, así que no dudo que siga guardando ese secreto, tú mereces saber al menos el nombre de esa mujer — afirmé con la voz contrita.

— Podemos ir ahora, y luego hacemos lo nuestro — dijo Eduardo solidarizándose con Lucrecia. Su dolor me afligía mucho, yo la consideraba como una hermana, pues ella había estado para mí en los peores momentos, y sabía también lo mucho que sufría.

Sin pensarla tanto, nos dirigimos hasta la casa de Luis que ahora habitaba esa viejecita, era como si ella fuera la cajita en donde se guardaban nuestros secretos. Cuando abrió la puerta, se quedó absorta, detenida mirándonos con asombro, y los ojos desorbitados.

— ¿Qué hacen aquí? — fue la pregunta que moduló con suma dificultad — ¿Qué quieren de mí? Ya te he dicho, Mary, la verdad, ya no tengo más qué decirte

— ¿Podemos pasar? — pregunté demostrando seguridad

— Pero es que yo, yo soy inocente, yo — tartamudeó

— No vamos a hacerle daño — dijo Eduardo para tranquilizarla, porque en verdad se veía completamente nerviosa. Tras la advertencia, abrió totalmente la puerta y nos hizo pasar.

— Es claro que usted conoce a Lucrecia ¿Verdad? Porque ayer mencionó su nombre — pregunté rápidamente tras entrar a la casa

— Sí, sí la conozco — repuso con la voz contrita, yo me decidí a seguir hablando, a interrogarla porque Lucrecia estaba temblando de miedo, y recordar su pasado la había hecho llorar demasiado, estaba ahí detenida, protegida por los brazos de Páter

— Lucrecia ha dicho que las monjitas que la criaron le hicieron saber de que era usted quien la había llevado al orfanato, y si hemos venido hasta aquí, es porque sería justo que al menos nos dijera quién es su madre, quién fue esa desalmada mujer que la abandonó, o al menos conocer los motivos por los cuales sucedió eso — expliqué en un tono de voz exigente, la viejecita bajó la mirada, y una lágrima salió de sus ojos.

— Esa es una verdad muy dura, no entiendo por qué la vida las unió, no sé si eso sea algo bueno o malo, pero debes saber, preciosa, que lo que voy a decirte te dolerá mucho, y si voy a revelártelo es porque ya tu padre ha muerto, y tú necesitas la verdad, abrir los ojos, por eso también ayer te he contado todo sobre Luis y Magaly, y si anoche no fui capaz de decirte esto, es porque nunca pensé que Lucrecia supiera de mi existencia, quizá esa fue la razón principal por la cual me marché de este pueblo, y volví cuando Luis me dijo que ella se había ido, no imaginé que siguiera contigo — dijo la mujer, y sus palabras me llenaron de miedo, por qué decía eso, que tan terrible podría haber sido la situación con Lucrecia para que se viera obligada a irse del pueblo y volver pensando que ella no estaría. Un nudo se aglutinó en mi garganta, pero no de llanto sino de desesperación.

La mujer levantó la mirada, y sus ojos llenos de temor se encontraron con los míos — No entiendo de qué habla, solo queremos saber quién fue o es la madre de Lucrecia, eso es algo en lo que yo no tengo que ver, y no entiendo el motivo por el cual usted lo haya ocultado, por favor explíquese de una vez por todas — definí sin mostrar piedad, estaba absorta y mi tono de voz estaba siendo demasiado fuerte.

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