Frente al edificio de Luciana
Dylan estaba apoyado contra su coche, el ramo de peonías todavía en una mano, mientras miraba hacia la entrada del edificio.
Había tocado el timbre hacía más de media hora.
Y nada.
El frío de la noche empezaba a calarle los huesos, pero no pensaba irse. No esta vez.
Justo cuando estaba considerando volver a intentarlo, escuchó la puerta abrirse y vio a Luciana aparecer en la entrada.
Su estómago se contrajo.
Luciana bajaba lentamente las escaleras, en pijama: un short diminuto y una camiseta holgada que, aún así, dejaba poco a la imaginación.
Su cabello estaba recogido en un moño desordenado y su expresión era todo menos amistosa.
Dylan frunció el ceño de inmediato, no sólo por su evidente enojo, sino porque su atuendo le parecía una invitación peligrosa para cualquiera que pudiera cruzársela.
Reprimiendo su instinto de cubrirla con su propio saco, se obligó a mantenerse en su lugar, respirando hondo.
Cuando ella llegó hasta donde él estaba, cr