Desde el pasillo, detrás de una columna, Luciana observaba.
No sabía muy bien por qué, pero había querido verlo.
Quiso asegurarse de que recibiera su pequeño obsequio, y más aún, de que entendiera lo que significaba.
Cuando vio a Dylan detenerse frente a su escritorio, fruncir el ceño y tomar el paquete, contuvo la respiración.
Él abrió el regalo con esos movimientos medidos y elegantes que a veces le sacaban de quicio.
Pero entonces ocurrió algo que no esperaba:
Dylan sonrió.
Una sonrisa pequeña, casi fugaz, como si quisiera ocultarla de sí mismo.
Luciana sintió un nudo en el estómago.
No por el gesto en sí, sino por lo que revelaba.
Por un instante, Dylan Richard fue el tiburón de los negocios, ni el cínico experto en sarcasmo.
Fue simplemente un hombre...
Un hombre que había estado solo demasiado tiempo.
Se apartó del pasillo antes de que él pudiera descubrirla, llevándose una mano al pecho.
No debía pensar demasiado en eso.
No debía permitirlo.
Pero la imagen de su sonrisa ya se h