Gala
El lunes llegó más rápido de lo que quería.
Apenas crucé las puerta de la facultad, sentí ese contraste brutal entre el mundo que había compartido con Guille durante las últimas semanas y la rutina de siempre.
Los pasillos estaban llenos de estudiantes con caras de sueño, carpetas en la mano y el eterno murmullo de fondo que hacía imposible distinguir una sola conversación.
Me acomodé el bolso al hombro y caminé hasta el salón. Julieta ya estaba sentada en su lugar de siempre, con un café sobre la mesa y el celular entre las manos. Cuando me vio, levantó la ceja con esa sonrisa pícara que me ponía nerviosa.
—Mira quién aparece después de un fin de semana misterioso —dijo, dejando el celular a un lado y cruzando los brazos—. No diste señales de vida, Gala. Pensé que el grandulón te había secuestrado...
Me senté a su lado, intentando disimular la sonrisa que se me escapaba.
—No fue nada de eso... —murmuré, quitándome el abrigo.
—“No fue nada de eso” —repitió, imitando mi tono, pe