Guille
El sonido del celular me sacó de golpe del entrenamiento matutino.
Estaba en la azotea, con los guantes aún puestos y el sudor pegándome la camiseta al pecho. Miré la pantalla: el número del entrenador. Me saqué un guante para responder.
—¿Sí? —respondí, aún sin aliento.
—Cruz, buenas noticias —su voz sonaba seria, pero yo conocía ese tono; siempre lo usaba cuando traía algo grande—. Esta noche tienes pelea.
Me quedé en silencio unos segundos, como si mi cerebro necesitara procesar cada palabra.
—¿Qué...? ¿Hoy? —me pasé una mano por el cabello húmedo, con el corazón acelerado.
"¡Mierdâ! Hoy tenía una cita con Gala..."
—Hoy —confirmó, cortante—. Y escucha bien: va a ir el patrocinador a verte. Castillo es uno de los mejores. Quiere evaluarte, ver si tienes la madera suficiente para dar el salto.
El estómago me dio un vuelco. Por un instante, la azotea, el ruido del trafico a lo lejos, el zumbido de la ciudad... todo se borró. Solo existía esa frase: dar el salto. El grande. El